sábado, 10 de diciembre de 2016

Llegar a Londres no es fácil.

Improvisadores, llevo un tiempo de no parar, así que os estaréis preguntando dónde está la entrada sobre el viaje a Londres que hice con las Señoras. Pues tranquilos, ya llegó. Justo para conmemorar el mes aniversario de tan fantástica quedada. Como algunos sabréis y otros no, estamos repartidas por el mundo al más puro estilo “Tu a Londres y yo a California”. Pero nosotras estamos dos en Londres, dos en Barcelona y yo guardando el fuerte en la terreta, en Valencia. Anna y Elena cumplen años en noviembre las dos, y como las dos están en Londres… ¿qué mejor excusa para ir? Así que mochila al hombro y allá que vamos.
Jueves 10 de noviembre del 2016
Suena el despertador a las 7 de la mañana, porque no me gustaba el horario del aeropuerto de Valencia y me toca ir a Alicante. Desayunó con mi madre y Nur y a las 7.45 salimos de casa. Gracias por llevarme en coche hasta allí. Pero ojo, que tardamos como mil años (año arriba, año abajo) en salir de Valencia, porque a esas horas… vosotros diréis.
Mi avión salía a las 10.45 y a las 10 aparcábamos en el aeropuerto. Y a mí con lo que me gusta volar, tranquila no estaba. Entramos y mínimo 10 minutos de cola en el control de seguridad. Pero… pero... ¡¿Por qué?! Paso el control sin ningún problema (por primera vez en la historia) y cruzo cual alma que lleva el diablo el Dutyfree. Salgo y estoy al principio de las puertas de embarque C, y yo tenía que llegar a la B33. A caminar se ha dicho. Y entonces se oye por megafonía “Ultima llamada para los pasajeros del vuelo ryanair Stansted, Londres, con salida a las 10.45”. Piernas para qué os quiero. Corría con tanta prisa que se me cayó la bufanda y no me di cuenta de que un pobre hombre inglés me perseguía con ella en la mano hasta que otro me paró para decírmelo. Gracias buen gentleman.
Bueno, los que me conocéis sabéis que odio volar. Es superior a mí. Pero me gusta viajas, así de contradictoria soy. Normalmente me tomo algo para tranquilizarme antes de pasar el control de seguridad, pero esta vez no. No me preguntéis, serían las prisas. El caso es que en el túnel para embarcar ya empezaron a temblarme las manos, se me aceleró el pulso y quería llorar. Es irracional, lo sé, no me juzguéis, no puedo evitarlo. Llega al punto de que mi cabeza piensa: date la vuelta y vuelve a casa, no tienes que subir ahí. Y ahí estaba yo, pensando “Pon buena cara”, porque si a mí no me habla nadie, yo subo al avión aguantándome el corazón, me siento, amarro bien el cinturón, respiro hondo y tarde o temprano vuelvo a aterrizar. Pero aparentemente no voy para actriz porque fue entrar en el avión y la azafata me dijo “¿estás bien?”. Y claro… si es tan obvio y me toca abrir la boca, pues no. Así que le dije que no y que estaba acojonada perdida (pero todo en inglés y más formal) y la mujer me dice, vale vamos a ver (sí, toma marrón pobre mujer) y detrás de ella un azafato sacado de un catálogo que me dice “me puedo sentar contigo si quieres” y yo ahí que ya no podía ni controlar las lágrimas esas de pánico que no se pueden disimular, me reí. Pensaba que estaba de broma. Y me dice “no, en serio, puedo”. Y os juro que dije que no porque era montar más espectáculo del que ya estaba montando. Pero la azafata lo mandó conmigo. Problema: madre e hijo en mi fila (de hecho, en mi asiento) y claro, no vas a mover a todo el avión para encontrar sitio. Le dije que estaba bien y que no se preocupase. Y se fue, pero volvió durante el vuelo a ver cómo estaba, lo prometido es deuda.
La madre y el niño, los acompañantes perfectos. Ella hasta me dio la mano al despegar y al aterrizar y yo no se lo pedí. Y al aterrizar me dijo dónde ir y todo. Solo sé que su hijo se llama Taylor, así que si lo lee alguna vez: MUCHAS GRACIAS. El vuelo por otra parte… se me hizo eterno. Y eso que me puse música y todo, pero me aburría de todas y cada una de mis canciones.
Aterricé en Stansted a las 12.30 y me fui pitando (previo paso por el control de pasaportes, otra vez sin problemas) a por el autobús a Victoria. Obviamente no lo encontré a la primera, porque no sería yo. Salí a la calle, no hay autobús; pregunto a unas azafatas que estaban fumando fuera, al piso de abajo; bajo, no hay autobús, hay tren (¿pero qué…?); pregunto a la empleada del tren, es arriba, entre la calle y esta planta; cagoendiez. Por fin me siento en el autobús y una chica se sienta en el asiento de delante y tira su asiento hacia atrás, debo ser invisible. Como tenía 1.45h de viaje aproveché para comer (gracias mamá por ese bocata) y medio dormirme. Una vez en Victoria, me encontré con Elena y Anna (que lo nuestro nos costó también, no os creáis…) y pusimos rumbo a la visita exprés de Londres. Cuatro horas después habíamos visto el Big Ben, Parlamento, London Eye, Websminster, Oxford, Picadilly, China Town y aun nos dio tiempo a pasar por Tesco a pos palomitas de tofe (¿Quién tuvo esa gran idea?) y por las tiendas en Oxford. Solo deciros que esa tarde hicimos 10km.
Sobre las 19 – 19.30 Elena y yo estábamos en la estación de Victoria para irnos a su casa… y la liamos con los trenes. Por un cambio inesperado de andén nos equivocamos de tren y acabamos en uno viejo que no parecía parar. Acabamos bajando en una parada que Elena conocía, total solo tardamos una hora en hacerlo que cuesta 15 minutos.
Pasamos por el súper y de camino a su casa fui viendo lo cuqui que es su barrio. Más tranquilo que Londres y con casitas muy de película. En su casa conocí a sus compañeros de piso y después de mucha cena y otro tanto vino, nos fuimos a la cama. Más que merecido. ¿No creéis?
De momento aquí dejo las anécdotas, pero tengo 3 días más para ilustraros. Así que no os vayáis muy lejos.
¡Sed felices!

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