miércoles, 7 de octubre de 2015

Tú a Londres, yo a Valencia y nos vemos en Barcelona.

Improvisadores, ¡he vuelto! Cuántas veces habré empezado diciendo eso… en fin, que ya estoy en Valencia, ya no me queda más remedio que quedarme aquí hasta que pueda volver a irme. ¿Próximos destinos? A saber, Nules, Barcelona, Londres… soy así de variada.

Pero vengo a contaros mi última semana de vacaciones que fue, como el año pasado, el primer finde de octubre. Porque no hay mejor temporada que la baja para irse de vacaciones. Y más cuando esas vacaciones van con alojamiento gratuito. Sí señores, me he ido a Barcelona. Como todos sabéis ya (o deberíais, a ver si leemos más) Paula está viviendo allí. Y es mi deber como amiga ir a acoplarme a su casa con la excusa de ver como está. Así que Elena y yo hicimos un tú a Londres y yo a Valencia pero al contrario, es decir, nos juntamos en Barcelona.

No sé si lo  sabéis, pero soy bastante maniática con eso de llegar pronto. Pero esta vez me pasé tres pueblos. El tren salía a las 14:50 de Valencia y a las 13:45 ya estaba en la estación. En mi defensa diré que la madre de Paula me llevó en coche porque me cargó una nevera llena de cosas para Paula y no podía llevarme más tarde. Allí en la estación me encontré con mi profesora de historia del arte del máster. Casualidades de la vida. Y entablé conversación con una pareja de señores mayores muy curiosos. Los que no me conozcáis no sabréis que tengo una habilidad especial para establecer conversación y pasar al nivel “como si te conociera de toda la vida” con bastante facilidad. Preguntad a mis amigos. Así que todo empezó porque los señores estaban mirando la cinta de seguridad y diciendo que si pasaría o si pitaría. Y les dije que no había arco detector, sólo cinta. Y ahí empezó todo. Que si resulta que el señor lleva una navaja en el bolsillo y que pensaba que pitaría, pero que no me asuste porque lleva una navaja (señor, mi padre es de Albacete, no me asustaré por eso. De hecho, tengo yo una navaja/tenedor/cuchara la mar de cuca desde hace mucho tiempo), que si mírame niña que coche llevo porque no lo veo bien. Y en eso que estaba por allí un policía nacional con todo su equipamiento y se me ocurre decirle: no se preocupe por su navaja que él le gana. Y la lie. La lie lo más grande. Porque empezaron a hablar de si seguridad y terrorismo y que si un jamón con chorreras y yo decidí abandonar tan fascinante conversación. Y luego la señora dijo que ella no quería ir a Barcelona antes de las elecciones por si no la dejaban salir. Y el señor le dijo que igual lo que no le dejaban era entrar. Fascinantes los señores de Cuenca.

Y por fin llegó el momento de embarcar, y subí hablando con mi profesora hasta que cada mochuelo se fue a su vagón. Y me senté al lado de una chica que estaba de prácticas en una editorial. Y detrás de un grupo de gente que criticaba creo que todas y cada una de las carreras que habían estudiado. Menos mal que mi acompañante era simpática. Ya lo dijo ella, que en los trenes te puede tocar gente muy rara. No fue el caso (espero). Pero además le dije: ponte la música si quieres. Y me contestó: no, si prefiero hablar. PREFIERO HABLAR. Me lo dice a mí. No sabe lo que ha hecho. Y nos pasamos las tres horas de viaje más la hora de retraso por la tormenta de Tarragona hablando. ¿No querías sal? Pues toma dos tazas.

Por fin llegamos a Barcelona y Paula y Elena estaban esperándome en la estación y se rieron cuando me vieron salir con la chica “como si la conociera de toda la vida”. ¡Pero si ya me conocéis! Cuando quisimos llegar a casa de Paula serian ya las 8, así que tardamos poco en captar a Joan (el compañero de piso de Paula) para irnos a cenar a Els Miralls (si no recuerdo mal). No hay nada más difícil que elegir cena cuando tienes mucha hambre y todo tiene una pinta genial, por eso Elena y yo acabamos compartiendo hamburguesas.

El miércoles por la mañana, Paula y Joan tenían que trabajar, así que Elena y yo nos fuimos a desayunar a “El Patrón”, os lo recomiendo, pasamos allí dos horas la mar de bien en la terraza cubierta viendo llover y poniéndonos al día. Y luego nos fuimos al Corte Ingles, a Zara, a Mango, etc. Es decir, que como Barcelona ya la hemos visto mil veces optamos por hacer otras cosas. Volvimos a casa, porque hacia día de comer en casa, peli y sofá. Pedimos comida china, pusimos “Mar de Plástico” y nos acomodamos en el sofá para ver “Los Chicos del Coro” hasta que Elena se vistió y se fue. Si bien en otras visitas era yo la que tenía compromisos sociales, esta vez fue Elena. Así que ella se fue a las 5 y allí me quedé, sola en casa. Agobiadísima, no sé si me entendéis. Hasta que a las 6 llegó Edgar para preparar la sorpresa para el cumple de Javi (el otro compañero de piso) y Joan. Al rato llamó Paula, que no llegaba a casa y que nos veíamos en el autobús. Joan y yo fuimos a su encuentro y antes de subir al autobús vimos a Jordi Evole. De lejos, pero cuenta. Nos fuimos los tres al teatro a ver “Aneboda” una obra fascinante que transcurre en lo que tardan tres amigos en montar un armario de Ikea. Con sus reflexiones, sus chorradas y demás. Vamos, que nosotras tuvimos un deja vu de impresión. Y nos reímos, sobretodo nos reímos. Después nos fuimos los tres a cenar a “La rosa negra” que es la hermana melliza de “la rosa del rabal” donde fuimos el año pasado a acabar con las existencias de mojito. Y vuelta para casa, es lo que tiene que los demás trabajen.

El jueves nos despertamos pronto (no es que nos levantásemos tarde, pero los trabajadores nos despertaban sin querer) para ser vacaciones y una vez despedimos a los trabajadores, pusimos en marcha la máquina de pensar ¿Qué hacemos hoy? Así que nos fuimos a desayunar un bocadillo de jamón con tomate y un café, el desayuno de los campeones y pusimos rumbo a las ramblas. Andandito eh, nada de metro ni chorradas, que hay que hacer piernas. Que la operación bikini empieza ya. Total, llegamos a la Rambla, compramos un zumo en el mercado de la boqueria, compramos una planta para Paula, Elena arrasó Mac y volvimos a casa con la intención de comprar un pez para Paula. Porque Joan y Javi tienen uno cada uno y a la niña le daban envidia. Pero el señor de la tienda nos riñó porque decía que en la pecera que queríamos meterlo no podía ser. Y la pecera era de su tienda. De todas formas, alguien que tiene peces muertos en la tienda no da confianza. Así que nos fuimos de vuelta a casa, compramos algo de comer en mercadona y nos echamos la siesta del siglo. Hasta las 4 que llegó Javi y vio la sorpresa que había dejado Edgar, y a nosotras. Elena se fue a atender sus obligaciones y yo me quedé haciendo un brownie de chocolate y canela en lo que Joan y Paula volvían a casa. Acabé justo a tiempo para vestirme e irme al punto de encuentro con Joan y después reunirnos con Paula. Fuimos a un sitio así muy moderno, moderno en el sentido hípster de la palabra, no en el sentido de los supersónicos (si sois más jóvenes que yo igual no entendéis esta referencia a los dibujos animados). Paula y Joan se pidieron cada uno un té, pero el té y yo… el té se toma cuando estas malito, cuando te duele la tripa o cuando te dicen que ayuda a adelgazar. Pero así por ir a tomar algo… así que me pedí un café, me daba igual que fuesen las 7 de la tarde.

Volvimos a casa a tiempo para degustar el brownie y preparar la cena y pasar una noche de esas de peli y casa. Porque somos así de marchosos. O nos reservábamos para el viernes. El viernes. ¡Ay el viernes! ¿Qué puedo contaros del viernes? Pues todo, claro que sí. El viernes, Elena y yo nos fuimos de casa sin desayunar, cogimos el autobús, viajamos 13 paradas y bajamos. Entramos en una cafetería y desayunamos antes de entrar al outlet de El Corte Inglés. Y diréis: ir a Barcelona para eso… Pues sí. Y nos llevamos unos botines que son… una delicia. Que costaban 120€ y los tenían a 15€. No comprarlos hubiese sido un pecado. Una vez acabada la batida por el Corte Inglés nos fuimos rumbo a la parada de autobús para volver a casa. Pero cual fue nuestra sorpresa cuando encontramos una maravillosa tienda de peces. Ahí sí. Y adquirimos a un pez amarillo que posteriormente seria bautizado como Malena. Y viajamos con él 13 paradas de autobús. Y en lo que llegaba la comida india lo aclimatamos a su nuevo hábitat y lo vimos saludar a sus compañeros. Y por fin llegó la comida india. Finalmente llegaron los amos de la casa, procedieron a ducharse y nos maqueamos todos para ir a cenar.

Elegir un sitio donde cenar no es fácil, y menos cuando los que los conocen no se ponen muy de acuerdo y cuando por fin lo consiguen, está el sitio lleno. Pero acabamos en un sitio así con luz tenue, como muy íntimo, decoración en francés que te entretienes traduciendo mientras esperas a la comida (está bien pensado) y hamburguesas enormes. Y cerveza. Y chupitos. Y aire acondicionado, gracias a su inventor. Al salir de aquí nos fuimos a un local a tomar algo (y con algo quiero decir alcohol tanto en forma de cerveza, coctel o chupito) donde parecían haberse refugiado la mitad de los adolescentes de Barcelona. Os lo prometo que aquel grupito no tenía 18 años, lo sabré yo. De aquí nos fuimos a El Dorado (tanto buscar El Dorado los descubridores de América y está en la plaza del Sol de Barcelona). El Dorado, un sitio fascinante. Y con fascinante quiero decir que me encantó. Porque ya sabéis que me gusta la música de pachangueo, de hacer el tonto. ¡Pues es tal que así! Y pillamos al camarero generoso, tan generoso que aquello sabía más a alcohol que a fanta. Al final entre generosidades y no generosidades llegamos a casa a las 3 y pico.
El ascensor de la finca no es especialmente grande pero pone que caben 4 personas, aunque el portero se empeñe en que sólo suban tres. Y total, por una persona más de lo que pone el cartel, ¿qué podría pasar? Pues podría pasar lo que pasó, que cuando habíamos casi llegado a nuestro destino, el ascensor se paró y bajó hasta quedarse entre el sótano y la planta baja. Que no cunda el pánico, solo estamos en un ascensor pequeño donde hace mucho calor. ¿Sabéis que pasa cuando estas en un ascensor así? Que si la guardia civil te hace soplar al salir das 0,0 del susto. Aunque en realidad estuvimos contando chistes y jugando una vez avisado el técnico. Que menos mal que unas vecinas se iban al aeropuerto a aquellas horas, porque no sé quién le abriría la puerta del edificio al técnico. Así que allí estuvimos nuestros mínimo 20 minutos que tardó el técnico en llegar. Pero no os lo perdáis que luego Elena, Paula y yo subimos andando, pero Javi y Joan subieron por el ascensor. Con un par. Creo que mejor nos vamos a dormir que ya hemos cumplido con el viernes, menuda noche más completa.

El sábado por la mañana nos levantamos con menos energía que Elena que se levantó la primera para preparar su maleta y bajó a la panadería a por delicias matutinas para los demás. Menos Javi que estaba trabajando, alguien tiene que levantar el país. Total, que estuvimos muy tirados toda la mañana del sábado. Elena se fue y seguimos allí muy mustios. Bajamos a mercadona y a buscar fundas de cojines mientas Joan hacia unos macarrones al horno que casi estaban tan buenos como los de mi madre y mi abuela. Casi. Comimos y vimos/dormimos una película y media de las que echa Antena 3 los sábados por la tarde. Hasta que Joan dijo: ¿echamos un Catan? Y con la tontería echamos toda la tarde hasta la hora de cenar. Que como Javi y Joan no quisieron acompañarnos, Paula y yo nos fuimos mano a mano a cenar y a tomar algo. A una bodeguilla muy mona y muy riquísima y a un bar con mayoría de hombres y un futbolín. Y volvimos a casa a la 1 y no se nos ocurre otra cosa que ponernos a jugar al Catan con Javi y Joan hasta las 4. Porque es sábado y tal.

El domingo nos levantamos tarde y desayunamos aun más tarde. Parecía que no haríamos nada hasta que Paula dijo: vamos a sacar a Maria (sí, cual perrillo) y nos fuimos los cuatro al museo de historia de Cataluña. Desde los iberos hasta los cristianos pasando por todas las fases y fábricas de garum y preguntas de Javi. Preguntas que por más que quisiera, no sabía contestar. Una carrera y un máster para esto. El caso es que cuando salimos era ya la hora de comer y nos fuimos a comer a un sitio muy inglés. Tan inglés que Javi y Joan se metieron entre pecho y espalda un desayuno inglés y Paula y yo unos huevos Benedict. ¿Los habéis probado? Yo nunca. Pero están muy buenos, palabrita.

Después de comer nos fuimos a acompañar a Joan al laboratorio a que hiciese algo que no entiendo, después de despedirnos de Javi que se iba a su laboratorio. ¿Os he dicho que era domingo? Para que luego digan que nuestros cerebritos no trabajan. Después volamos a casa, recogí la maleta y puse rumbo a la estación con Paula. Llegué veinte minutos antes de abrir la puerta de embarque, justo para comprarme algo de cenar, porque llegaría a Valencia a las 23h. Me despedí de Paula que se iba a su laboratorio (ejem, ¿veis?) y me subí al tren. Tres horas después llegué a Valencia, después de hacer el autodefinido de la Cuore y ver tres capítulos de Las Reglas del Juego; además de charlar un rato (como no) con mi acompañante que se vio nada más y nada menos que dos películas. Además mandé a mi madre a esperarme a la estación que no era. Porque así soy yo.

Y eso es todo queridos amigos. Nada más que contar, porque no creo que os interesen mucho las oposiciones, ni mi curro de canguro, ni el de profe de inglés, ni nada de mi vida seria, ¿verdad? La vida seria aburre porque todos tenemos una. Más vale que siga buscando cosas que contaros.

¡Sed felices!