miércoles, 7 de octubre de 2015

Tú a Londres, yo a Valencia y nos vemos en Barcelona.

Improvisadores, ¡he vuelto! Cuántas veces habré empezado diciendo eso… en fin, que ya estoy en Valencia, ya no me queda más remedio que quedarme aquí hasta que pueda volver a irme. ¿Próximos destinos? A saber, Nules, Barcelona, Londres… soy así de variada.

Pero vengo a contaros mi última semana de vacaciones que fue, como el año pasado, el primer finde de octubre. Porque no hay mejor temporada que la baja para irse de vacaciones. Y más cuando esas vacaciones van con alojamiento gratuito. Sí señores, me he ido a Barcelona. Como todos sabéis ya (o deberíais, a ver si leemos más) Paula está viviendo allí. Y es mi deber como amiga ir a acoplarme a su casa con la excusa de ver como está. Así que Elena y yo hicimos un tú a Londres y yo a Valencia pero al contrario, es decir, nos juntamos en Barcelona.

No sé si lo  sabéis, pero soy bastante maniática con eso de llegar pronto. Pero esta vez me pasé tres pueblos. El tren salía a las 14:50 de Valencia y a las 13:45 ya estaba en la estación. En mi defensa diré que la madre de Paula me llevó en coche porque me cargó una nevera llena de cosas para Paula y no podía llevarme más tarde. Allí en la estación me encontré con mi profesora de historia del arte del máster. Casualidades de la vida. Y entablé conversación con una pareja de señores mayores muy curiosos. Los que no me conozcáis no sabréis que tengo una habilidad especial para establecer conversación y pasar al nivel “como si te conociera de toda la vida” con bastante facilidad. Preguntad a mis amigos. Así que todo empezó porque los señores estaban mirando la cinta de seguridad y diciendo que si pasaría o si pitaría. Y les dije que no había arco detector, sólo cinta. Y ahí empezó todo. Que si resulta que el señor lleva una navaja en el bolsillo y que pensaba que pitaría, pero que no me asuste porque lleva una navaja (señor, mi padre es de Albacete, no me asustaré por eso. De hecho, tengo yo una navaja/tenedor/cuchara la mar de cuca desde hace mucho tiempo), que si mírame niña que coche llevo porque no lo veo bien. Y en eso que estaba por allí un policía nacional con todo su equipamiento y se me ocurre decirle: no se preocupe por su navaja que él le gana. Y la lie. La lie lo más grande. Porque empezaron a hablar de si seguridad y terrorismo y que si un jamón con chorreras y yo decidí abandonar tan fascinante conversación. Y luego la señora dijo que ella no quería ir a Barcelona antes de las elecciones por si no la dejaban salir. Y el señor le dijo que igual lo que no le dejaban era entrar. Fascinantes los señores de Cuenca.

Y por fin llegó el momento de embarcar, y subí hablando con mi profesora hasta que cada mochuelo se fue a su vagón. Y me senté al lado de una chica que estaba de prácticas en una editorial. Y detrás de un grupo de gente que criticaba creo que todas y cada una de las carreras que habían estudiado. Menos mal que mi acompañante era simpática. Ya lo dijo ella, que en los trenes te puede tocar gente muy rara. No fue el caso (espero). Pero además le dije: ponte la música si quieres. Y me contestó: no, si prefiero hablar. PREFIERO HABLAR. Me lo dice a mí. No sabe lo que ha hecho. Y nos pasamos las tres horas de viaje más la hora de retraso por la tormenta de Tarragona hablando. ¿No querías sal? Pues toma dos tazas.

Por fin llegamos a Barcelona y Paula y Elena estaban esperándome en la estación y se rieron cuando me vieron salir con la chica “como si la conociera de toda la vida”. ¡Pero si ya me conocéis! Cuando quisimos llegar a casa de Paula serian ya las 8, así que tardamos poco en captar a Joan (el compañero de piso de Paula) para irnos a cenar a Els Miralls (si no recuerdo mal). No hay nada más difícil que elegir cena cuando tienes mucha hambre y todo tiene una pinta genial, por eso Elena y yo acabamos compartiendo hamburguesas.

El miércoles por la mañana, Paula y Joan tenían que trabajar, así que Elena y yo nos fuimos a desayunar a “El Patrón”, os lo recomiendo, pasamos allí dos horas la mar de bien en la terraza cubierta viendo llover y poniéndonos al día. Y luego nos fuimos al Corte Ingles, a Zara, a Mango, etc. Es decir, que como Barcelona ya la hemos visto mil veces optamos por hacer otras cosas. Volvimos a casa, porque hacia día de comer en casa, peli y sofá. Pedimos comida china, pusimos “Mar de Plástico” y nos acomodamos en el sofá para ver “Los Chicos del Coro” hasta que Elena se vistió y se fue. Si bien en otras visitas era yo la que tenía compromisos sociales, esta vez fue Elena. Así que ella se fue a las 5 y allí me quedé, sola en casa. Agobiadísima, no sé si me entendéis. Hasta que a las 6 llegó Edgar para preparar la sorpresa para el cumple de Javi (el otro compañero de piso) y Joan. Al rato llamó Paula, que no llegaba a casa y que nos veíamos en el autobús. Joan y yo fuimos a su encuentro y antes de subir al autobús vimos a Jordi Evole. De lejos, pero cuenta. Nos fuimos los tres al teatro a ver “Aneboda” una obra fascinante que transcurre en lo que tardan tres amigos en montar un armario de Ikea. Con sus reflexiones, sus chorradas y demás. Vamos, que nosotras tuvimos un deja vu de impresión. Y nos reímos, sobretodo nos reímos. Después nos fuimos los tres a cenar a “La rosa negra” que es la hermana melliza de “la rosa del rabal” donde fuimos el año pasado a acabar con las existencias de mojito. Y vuelta para casa, es lo que tiene que los demás trabajen.

El jueves nos despertamos pronto (no es que nos levantásemos tarde, pero los trabajadores nos despertaban sin querer) para ser vacaciones y una vez despedimos a los trabajadores, pusimos en marcha la máquina de pensar ¿Qué hacemos hoy? Así que nos fuimos a desayunar un bocadillo de jamón con tomate y un café, el desayuno de los campeones y pusimos rumbo a las ramblas. Andandito eh, nada de metro ni chorradas, que hay que hacer piernas. Que la operación bikini empieza ya. Total, llegamos a la Rambla, compramos un zumo en el mercado de la boqueria, compramos una planta para Paula, Elena arrasó Mac y volvimos a casa con la intención de comprar un pez para Paula. Porque Joan y Javi tienen uno cada uno y a la niña le daban envidia. Pero el señor de la tienda nos riñó porque decía que en la pecera que queríamos meterlo no podía ser. Y la pecera era de su tienda. De todas formas, alguien que tiene peces muertos en la tienda no da confianza. Así que nos fuimos de vuelta a casa, compramos algo de comer en mercadona y nos echamos la siesta del siglo. Hasta las 4 que llegó Javi y vio la sorpresa que había dejado Edgar, y a nosotras. Elena se fue a atender sus obligaciones y yo me quedé haciendo un brownie de chocolate y canela en lo que Joan y Paula volvían a casa. Acabé justo a tiempo para vestirme e irme al punto de encuentro con Joan y después reunirnos con Paula. Fuimos a un sitio así muy moderno, moderno en el sentido hípster de la palabra, no en el sentido de los supersónicos (si sois más jóvenes que yo igual no entendéis esta referencia a los dibujos animados). Paula y Joan se pidieron cada uno un té, pero el té y yo… el té se toma cuando estas malito, cuando te duele la tripa o cuando te dicen que ayuda a adelgazar. Pero así por ir a tomar algo… así que me pedí un café, me daba igual que fuesen las 7 de la tarde.

Volvimos a casa a tiempo para degustar el brownie y preparar la cena y pasar una noche de esas de peli y casa. Porque somos así de marchosos. O nos reservábamos para el viernes. El viernes. ¡Ay el viernes! ¿Qué puedo contaros del viernes? Pues todo, claro que sí. El viernes, Elena y yo nos fuimos de casa sin desayunar, cogimos el autobús, viajamos 13 paradas y bajamos. Entramos en una cafetería y desayunamos antes de entrar al outlet de El Corte Inglés. Y diréis: ir a Barcelona para eso… Pues sí. Y nos llevamos unos botines que son… una delicia. Que costaban 120€ y los tenían a 15€. No comprarlos hubiese sido un pecado. Una vez acabada la batida por el Corte Inglés nos fuimos rumbo a la parada de autobús para volver a casa. Pero cual fue nuestra sorpresa cuando encontramos una maravillosa tienda de peces. Ahí sí. Y adquirimos a un pez amarillo que posteriormente seria bautizado como Malena. Y viajamos con él 13 paradas de autobús. Y en lo que llegaba la comida india lo aclimatamos a su nuevo hábitat y lo vimos saludar a sus compañeros. Y por fin llegó la comida india. Finalmente llegaron los amos de la casa, procedieron a ducharse y nos maqueamos todos para ir a cenar.

Elegir un sitio donde cenar no es fácil, y menos cuando los que los conocen no se ponen muy de acuerdo y cuando por fin lo consiguen, está el sitio lleno. Pero acabamos en un sitio así con luz tenue, como muy íntimo, decoración en francés que te entretienes traduciendo mientras esperas a la comida (está bien pensado) y hamburguesas enormes. Y cerveza. Y chupitos. Y aire acondicionado, gracias a su inventor. Al salir de aquí nos fuimos a un local a tomar algo (y con algo quiero decir alcohol tanto en forma de cerveza, coctel o chupito) donde parecían haberse refugiado la mitad de los adolescentes de Barcelona. Os lo prometo que aquel grupito no tenía 18 años, lo sabré yo. De aquí nos fuimos a El Dorado (tanto buscar El Dorado los descubridores de América y está en la plaza del Sol de Barcelona). El Dorado, un sitio fascinante. Y con fascinante quiero decir que me encantó. Porque ya sabéis que me gusta la música de pachangueo, de hacer el tonto. ¡Pues es tal que así! Y pillamos al camarero generoso, tan generoso que aquello sabía más a alcohol que a fanta. Al final entre generosidades y no generosidades llegamos a casa a las 3 y pico.
El ascensor de la finca no es especialmente grande pero pone que caben 4 personas, aunque el portero se empeñe en que sólo suban tres. Y total, por una persona más de lo que pone el cartel, ¿qué podría pasar? Pues podría pasar lo que pasó, que cuando habíamos casi llegado a nuestro destino, el ascensor se paró y bajó hasta quedarse entre el sótano y la planta baja. Que no cunda el pánico, solo estamos en un ascensor pequeño donde hace mucho calor. ¿Sabéis que pasa cuando estas en un ascensor así? Que si la guardia civil te hace soplar al salir das 0,0 del susto. Aunque en realidad estuvimos contando chistes y jugando una vez avisado el técnico. Que menos mal que unas vecinas se iban al aeropuerto a aquellas horas, porque no sé quién le abriría la puerta del edificio al técnico. Así que allí estuvimos nuestros mínimo 20 minutos que tardó el técnico en llegar. Pero no os lo perdáis que luego Elena, Paula y yo subimos andando, pero Javi y Joan subieron por el ascensor. Con un par. Creo que mejor nos vamos a dormir que ya hemos cumplido con el viernes, menuda noche más completa.

El sábado por la mañana nos levantamos con menos energía que Elena que se levantó la primera para preparar su maleta y bajó a la panadería a por delicias matutinas para los demás. Menos Javi que estaba trabajando, alguien tiene que levantar el país. Total, que estuvimos muy tirados toda la mañana del sábado. Elena se fue y seguimos allí muy mustios. Bajamos a mercadona y a buscar fundas de cojines mientas Joan hacia unos macarrones al horno que casi estaban tan buenos como los de mi madre y mi abuela. Casi. Comimos y vimos/dormimos una película y media de las que echa Antena 3 los sábados por la tarde. Hasta que Joan dijo: ¿echamos un Catan? Y con la tontería echamos toda la tarde hasta la hora de cenar. Que como Javi y Joan no quisieron acompañarnos, Paula y yo nos fuimos mano a mano a cenar y a tomar algo. A una bodeguilla muy mona y muy riquísima y a un bar con mayoría de hombres y un futbolín. Y volvimos a casa a la 1 y no se nos ocurre otra cosa que ponernos a jugar al Catan con Javi y Joan hasta las 4. Porque es sábado y tal.

El domingo nos levantamos tarde y desayunamos aun más tarde. Parecía que no haríamos nada hasta que Paula dijo: vamos a sacar a Maria (sí, cual perrillo) y nos fuimos los cuatro al museo de historia de Cataluña. Desde los iberos hasta los cristianos pasando por todas las fases y fábricas de garum y preguntas de Javi. Preguntas que por más que quisiera, no sabía contestar. Una carrera y un máster para esto. El caso es que cuando salimos era ya la hora de comer y nos fuimos a comer a un sitio muy inglés. Tan inglés que Javi y Joan se metieron entre pecho y espalda un desayuno inglés y Paula y yo unos huevos Benedict. ¿Los habéis probado? Yo nunca. Pero están muy buenos, palabrita.

Después de comer nos fuimos a acompañar a Joan al laboratorio a que hiciese algo que no entiendo, después de despedirnos de Javi que se iba a su laboratorio. ¿Os he dicho que era domingo? Para que luego digan que nuestros cerebritos no trabajan. Después volamos a casa, recogí la maleta y puse rumbo a la estación con Paula. Llegué veinte minutos antes de abrir la puerta de embarque, justo para comprarme algo de cenar, porque llegaría a Valencia a las 23h. Me despedí de Paula que se iba a su laboratorio (ejem, ¿veis?) y me subí al tren. Tres horas después llegué a Valencia, después de hacer el autodefinido de la Cuore y ver tres capítulos de Las Reglas del Juego; además de charlar un rato (como no) con mi acompañante que se vio nada más y nada menos que dos películas. Además mandé a mi madre a esperarme a la estación que no era. Porque así soy yo.

Y eso es todo queridos amigos. Nada más que contar, porque no creo que os interesen mucho las oposiciones, ni mi curro de canguro, ni el de profe de inglés, ni nada de mi vida seria, ¿verdad? La vida seria aburre porque todos tenemos una. Más vale que siga buscando cosas que contaros.

¡Sed felices!



domingo, 12 de julio de 2015

Crónica de un conciertazo

Improvisadores, vengo con dos misiones. Una: daros un poquito de envidia. Dos: contaros mi concierto de Melendi haciendo que se cumpla la misión 1. Pero antes de empezar quiero aclarar que (como siempre digo) no soy experta en nada. ¿Qué quiere decir esto? Que hablo de música en nivel usuario, no experto. Lo mismo cuando hablo de libros o de cualquier otra cosa. Aclarado este punto. Allá vamos. 

Bien. Melendi... ¿Qué decir de él? Todo empezó cuando compré el CD "Sin noticias de Holanda" allá por el 2003. Que tenía yo nada más y nada menos que 12 añitos. Y aquí sigo a mis 24 tacos, fiel a un grande. ¿Por qué me gusta Melendi? Sinceramente, sabemos que no tiene una gran voz de esas que te quedas con cara de tonto y dices "ostras pedrín" (si es que alguien dice eso aún). No, pero tiene un arte para escribir que ya lo querrían muchos. Empezando por mi misma. Y os diré una de las cosas que más me gustan de él: su humildad. Es cercano a la gente, es agradecido y es abierto. Y eso es de valorar. Personalmente, una de las cosas que más me gustan de sus conciertos es cuando habla con nosotros, presentando las canciones y las situaciones haciendo que no vuelvas a escuchar la canción de la misma forma. Me encanta cuando interactua con nosotros. Y esa energía que tiene en el escenario... Hay canciones con las que consigue ponerte la piel de gallina y da igual si las has visto en concierto otras veces. 

Fuimos a su concierto el verano pasado y aún así este concierto lo he disfrutado igual. Me ha vuelto a poner la piel de gallina con "De repente desperté" y se ha llevado una más que merecida ovación con "Cierra los ojos". ¿Por qué? Si incluso él mismo dijo que no era la mejor canción para ovacionarlo. Pues te diré una cosa Ramón Melendi (improvisadores, nunca se sabe quién lee esto): sí lo es. Porque cualquiera que reconozca sus errores y los quiera aprovechar para ayudar a otros se merece una ovación. Y encima lo haces en todos y cada uno de tus conciertos llenos de gente joven e impresionable que te adora y haces que recapaciten sobre un tema tan espinoso como ese. Si eso no se merece una ovación, que venga Dios y lo vea. 

A los que no conozcáis a Melendi, os recomiendo escucharlo pero tenéis que ir a un concierto. Son conciertos con un abanico de edad amplísimo. ¿Por qué? Porque sigue conquistando corazones. Ya os he dicho que compré el primer CD en el 2003 a los 12 años. El año pasado llevamos a mi prima a su primer concierto, uno de Melendi, con 13 años. Lo que yo os diga, conquista corazones. ¡Tiene conquistada hasta a mi madre! En serio, tenéis que ir a un concierto, no os defraudará y saltareis, cantareis y disfrutareis como niños y os prometo que saldréis más felices que al entrar. 

Antes de acabar: mamá, menos mal que esta vez no has venido, tu chico (así lo llama ella con tono maternal cuando sale en la tele) llevaba las mangas subidas y se le veían los tatuajes y eso a ti... no. 

Improvisadores, id de concierto, salid, disfrutad y ¡compartidlo!

¡Sed Felices!

jueves, 9 de julio de 2015

De como hacer épico un viaje a Benidorm

Improvisadores, supongo que todos los que vivís en España estaréis pasándolas canutas con el calor que hace. Pues bien, el domingo 5 de julio me fui a Terra Mítica a pesar del calor. ¿Por qué? Pues porque a mis amigos y a mi no nos llega bastante oxígeno al cerebro. Y a las pruebas me remito. 

Salgo de mi casa a las 7:40 de un domingo (como lo leéis) para ir a recoger a Gem y a Martín para poner rumbo a Benidorm. Que para las personas normales no cuesta mucho hacer ese recorrido, pero ¿cuándo he dicho que yo sea normal? Con la intención de evitar peajes ponemos rumbo a Alicante por la A7. Porque yo soy un poco lerda y no sé que la N-332 se coge en el primer tramo de la AP7. Total, que allá vamos, todo normal. Llegados a un punto, no se cual es exactamente, vemos una señal que pone "Gandia" y mis dos acompañantes, casi tan listos como yo, me dicen: oye, ¿y si vamos hacia Gandia? Está en la costa y Benidorm también. Ante ese argumento no pude decir que no. Y aquí empezó la odisea. Siguiendo la indicación de Gandia nos plantamos ni más ni menos que en La Font de la figuera. Y me vino a la mente mi padre diciéndome "Si llegas a la Font de la figuera da la vuelta que os vais a Albacete" a lo que yo le dije "papá, no somos tan imbéciles". Pues aparentemente sí lo somos. 

Llegados a este punto ya no había vuelta atrás, o igual sí, pero chicos... valor y al toro. Así que seguimos por aquella carretera nacional tan bonita haciendo un poquito de turismo. Qué bonita la terreta y que poco la visitamos. El caso es que después de casi morir del asco detrás de una furgoneta que iba a una media de 70 km/h y a 20 Km/h si era en una curva, llegamos a Ontinyent. Vale, estamos en Ontinyent que está situado en algún punto de la geografía. (Nota mental: repasar la geografía básica). ¿No os pasa que podríais ubicar perfectamente ciudades y pueblos a los que no habéis ido o a los que habéis ido una vez pero no podríais ubicar en el mapa los pueblos y ciudades más cercanos a vosotros? Yo tengo un sentido de la orientación pésimo, para ir a casa de Gem voy siempre por el mismo camino, e incluso por el mismo carril. Si me despisto creo que acabo en China. 

En fin, seguimos con la historia. Estamos en Ontinyent y como no vemos señal alguna de Gandia decidimos cruzar Ontinyent, ¿por qué no? Seguimos, seguimos y os juro que no sé como acabamos en dirección a Alcoi. Y digo: vale, guay, en google ponía que por aquí también se puede ir. A eso de las 10 llegamos a la altura de Alcoi (para que os hagáis una idea habíamos quedado a las 10 en Terra Mítica, no iba a pasar) y me dicen mis dos cerebros acompañantes: mira, coge esta carretera que es más recto hasta Benidorm que dar toda la vuelta que dice Google. Total, que haciendo caso omiso a Google (craso error) cogemos la CV-70. ¿Sabéis que es la CV-70? Un maldito puerto de montaña. ¿Sabéis cuantos años tiene el coche? 18. Pues sí amigos míos, subí el puerto en tercera, gasté gasolina como para parar un tren, además coincidimos con un pelotón ciclista y a Dios pongo por testigo que pensé que el coche diría "Hasta aquí, colega". Pero no. Llegamos a Benidorm. Y además llegamos a la vez que Thais y Alejo lo cual quiere decir que no hay mal que por bien no venga, porque imaginaos esperar allí una hora...

Por fin todos juntos y después de que me diesen una camiseta por mi cumple (que dice "Sorry, I'm a blogger") pusimos rumbo a la taquilla. Después de una negociación de descuentos que no entendí, entramos al parque. A mi me costaba mucho subirme a las atracciones, después ya me hice mayor y no me daba miedo, pero hay una con la que no puedo: los troncos. ¿Sabéis de cual os hablo? No puedo con ella, no me siento sujeta, me da muchísimo miedo. ¿Pues en que atracción quisieron subir primero? Efectivamente. No sabéis lo taquicardica que estaba. Así que me subí pero solo porque Gem me sujetaba. Sino a santo de qué. Total, que pasado el primer susto y con la adrenalina ya pr las nubes eramos imparables. Pasamos toda la mañana de atracción en atracción dejándonos neuronas en una por los golpes en la cabeza y parte de la espalda en otra por la brutalidad del cine 5D. Total, después de comer retomamos la rutina de las atracciones y pasamos a la otra parte del parque. Esa parte fue... el paraíso. Allí nos subimos 5 veces en los rápidos. No había cola, no había nadie. Era la puñetera gloria. Además nos bañamos en la piscina que después de todo el día a lo menos 40 grados a la sombra no sabéis lo que se agradece. Merendamos, me hicieron entrar en la pirámide del terror. Prefiero subir veinte veces en los troncos que volver a entrar en ese infierno. 

Total, que a las 7 decidimos desplegar velas y poner rumbo a casa. Pero no podía ser fácil. Cogimos la N-332 (esta vez sí) y acabamos atascados en Oliva, en Favara y en Cullera. Mi pregunta es: si tienes un audi o un mercedes porqué no pagas el peaje y dejas que los parados circulemos con tranquilidad por una nacional llena de clubs y tiendas de cerámica? Es atascar por atascar. Total, que tres horas después, llegábamos a Valencia. Sí amigos míos, tres horas de ida y tres de vuelta Valencia - Benidorm. Por un poco más nos vamos a Port Aventura. 

Y estas son mis pruebas para demostrar que ni mis amigos ni yo somos muy normales pero que es mejor porque sino no tendríamos nada interesante que contar. 

¡Sed Felices! Y bebed mucha agua que el calor este es mortal. 

martes, 16 de junio de 2015

Por los amigos de la infancia

Improvisadores, hoy vengo a divagar un poco. No sé si será por la lluvia (sí, en Valencia también llueve, y con ganas cuando se pone) o qué, pero estaba pensando esta mañana en mis Señoras.
El otro día leí en una de esas páginas chorras de “20 Cosas que debes saber sobre los unicornios” y demás algo sobre los amigos que me hizo acordarme de ellas. Más o menos diferenciaba varios tipos de amigos. Los primeros eran los hermanos (si estás peleado con tu hermano/a, sáltate este punto que total…y llámalo/a por teléfono anda). Más o menos venía a decir que los hermanos (obviamente) no los eliges, y que ya que te va a tocar aguantarlos sí o sí toda tu vida o la suya, qué menos que llevarse bien, ¿no?
Luego hablaba de los amigos de la infancia. Venía a decir que estos amigos tampoco es que se elijan, que te juntas en grupos por descarte y no por afinidad. Y luego estaban los amigos de la adolescencia que bueno, ya eran más por afinidad que por descarte y seguía siendo un vínculo fuerte pero no tanto como el de los amigos de la infancia. Por último hablaba de la gente que conoces cuando “eres mayor” (me niego a decir adulta, porque me suena a muy mayor) y que básicamente te juntan las circunstancias (no sé, véase el trabajo) pero que no siempre acaban cuajando y acaban siendo compañeros más que amigos y en algunos casos se pierde el contacto al acabar de trabajar. Pondría aquí la excepción de la carrera, pero porque las Grandes se lo merecen. Y Elia, otra excepción y de lo mejor que he sacado de la academia de inglés. 
El caso es que me quería centrar en esos amigos de la infancia que “tocan por descarte” porque las Señoras irían ahí. No sé si por descarte, pero por infancia seguro. Quizá por descarte también. Lo bonito que tienen los amigos de la infancia es que es muy fácil hacer amigos, no tienen que gustarte las mismas cosas, simplemente hay que jugar. Y luego se crece (porque es inevitable, incluso Peter Pan crece) y cada una tiene su personalidad, sus gustos, sus aficiones, etc. pero aun así sigues siendo amiga. ¿Por qué? Pues porque os conocéis de toda la vida. De hecho, a Paula la conozco desde hace más tiempo que a mi propia hermana.
Porque no hace falta tener gustos idénticos para ser amigas. Nos conocemos desde hace tanto tiempo que sabemos todo de las otras, lo bueno, lo malo y lo peor. Hemos pasado por todo y seguiremos pasándolo. Porque ¿qué es la vida sin esa amiga a la que puedes llamar simplemente para hablar porque te aburres?
Y os preguntareis ¿No estás un poco ñoña? Pues sí, lo estoy. Me conocéis más de lo que deberíais. El caso es que este año estamos todas un poco dispersas, y posiblemente el próximo, y el siguiente… os explico: Laura está aquí, pero estudiando el MIR, así que la pobre está más bien desaparecida; Anna está en Reino Unido de prácticas hasta agosto; Elena está trabajando también en el Reino Unido hasta… no lo sé, desde enero; y Paula está en Barcelona este curso y posiblemente unos cuantos más. Bien, ya os he puesto en antecedentes. La cuestión es que antes de esta escampada general, quedábamos todas las semanas tuviésemos algo que contarnos o no. Así que ahora se ha quedado ahí como un pequeño vacío existencial. Y yo pensaba: qué sola me he quedado aquí. Y es mentira, porque tengo más amigos que están aquí, pero faltaba esa piececita, esa cena de los viernes. Y entonces caí en una cosa: ¿es posible que no sea la única? Quiero decir, todas estamos separadas y sí, todas estamos con amigos, pero quizá algún día a una u a otra le entra la morriña de una cena de viernes.
Y tengo que decir que la tecnología es una bendición en estos casos, porque los audios de whatsapp me dan la vida cuando tengo que contar una de las mías, pero aun así… las cenas de 5 son especiales.
Este año es el primero que hemos empezado la ronda de cumpleaños (el mío, 24, gracias por las tarjetas de felicitación) sin estar todas juntas. Así que imaginaos si será genial la próxima cena de 5 – cumpleaños multitudinario. 
Ahora aquí quiero proponer un brindis por todos esos amigos de la infancia por los que no matarías, por los que morirías porque se lo han ganado, porque tendréis batallitas que contar hasta más allá de los tiempos y porque aun quedan muchas batallitas por llegar. 

¡Sed Felices! Y mis Señoras más allá en vuestras casas. 

miércoles, 1 de abril de 2015

¿Estas segura? ¡Yo ni loca!

Improvisadores, ya estoy aquí. Os lo prometí y lo prometido es deuda. ¿Cómo se os presenta la Semana Santa? Sea como sea, espero que no os llueva mucho. Aunque no tiene pinta.
¿Qué vengo a contaros hoy? En realidad poca cosa, pero es una hora tonta que ya ni puedo hacer siesta ni me apetece hacer otra cosa y me he dicho a mí misma “María, ¿por qué no escribes un rato sin ningún sentido ni objetivo?” Y eso hago. Estamos a día 1 de abril si mi calendario no falla y llevo desde el lunes intentando hacer algo de provecho. Y con eso me refiero a arrancar mi segundo trabajo de fin de máster. No lo entendáis mal, no lo tengo que repetir, este es de otro máster. Que aquí donde me veis diciendo tonterías día sí día también, soy más lista de lo que parece. Preguntadles a mis amigos si sé o no sé jugar al trivial. Pues eso. No sé si os lo llegué a decir, pero el 30 de enero acabé oficialmente el máster de Barcelona que estaba haciendo, así que ya podéis hablarme con un poco de respeto. Y ahora pues a por la recta final del máster de profesora de secundaria.
Sí, profesora de secundaria. Esa profesión de la que yo no estaba muy segura al empezar el máster. Esa profesión de la que ahora me dicen “pero, ¿tu estas segura?” y les contesto que sí. Secundaria, allí donde mi amiga maestra de primaria no se metería “ni loca”. Suena como si te jugases el cuello cada día, ¿no? Ni el último superviviente. En realidad creo que no es para tanto. O puede que yo no esté bien de la cabeza. Que no lo descarto.
Obviamente no siempre es igual, pero a mí los dos meses que he estado de prácticas me han sabido a poco. A poquísimo. Y lo gracioso es que cuando me tocó coger la plaza en Rafelbunyol pensé “¿Más lejos no podía tocarme ir? Menudo madrugón”. Y luego los días que entraba a las 11 me mosqueaba porque no estaba aprovechando el día. Imaginaos. Que entraba a las 11 y me levantaba a las 9. Llegaba pronto siempre porque al final se me trastocó el sueño y me despertaba a las 7 de la mañana un sábado pensando que llegaba tarde. Quizá sea verdad que el problema mental lo tengo yo.
El caso es que llegué allí y vi las cámaras de seguridad y todo y pensé: en mi instituto la valla era más alta, pero no teníamos cámaras de seguridad, ¿Dónde me han mandado? Pero que va, nada más lejos de la realidad.
La verdad es que lo primero que tuve que hacer fue elegir cuál de las dos profesoras de sociales quería de tutora. Pensadlo, es difícil elegir si no sabes cómo son. Pero creo que elegí más que de maravilla. Así que allí estaba el primer día de prácticas sin saber ni en que silla sentarme. ¿En última fila? ¿Mejor delante? Es una decisión difícil. Al final acabé en una silla en la mesa de la profesora. O en la silla de la profesora. Primer problema superado.
La verdad es que había profesores que me decían que estaban cansados o que luego no echas de menos a los alumnos. Imagino que tienen razón, pero yo me lo pasaba tan bien. Pero TAN bien. No sabéis cuánto. Estoy hablando de tener que aguantarme la risa por algo que han dicho pero no viene a cuento y no puedes reírte. Tienen unas salidas y unos comentarios demasiado auténticos. Creo que algunos no tienen ni filtro mental. Y luego enseguida captas los grupitos y su sitio en el patio. Esas son cosas que nunca cambian.
Y luego riñes a alguno y discutes. Y en realidad posiblemente de normal no le reñirías por eso, pero estas de profesora y tienes que hacer algo. Diferenciar cuando estas en modo profesora y cuando no. Y luego piensas: ¿me habré pasado? Pero es el papel que te toca. Muchas veces en el fondo sabes que no son malos chavales, pero tienen una imagen que mantener delante de los amigos. Jolín, que no hace tanto tiempo que yo estaba en el instituto. Aunque nunca en el modo pasota y toca narices. Eso podéis preguntarle a cualquiera. Yo siempre he sido más del modo repelente. Un ejemplo para ilustrarlo. Mis padres siempre cuentan que yo tardé mucho en hablar, muchísimo. Hasta los 15 meses no me arranqué (y no he parado desde entonces) y cuentan que un día estábamos paseando por la playa, creo que por La Pobla de Farnals o por ahí y nos cruzamos con una niña que llamaba a un perro “guau guau”. Bien, ahí veis a una María de 2 años que dice: mamá, si es un perro ¿Por qué lo llama “guau guau”?.
Así soy yo, amigos. Puro amor.
Luego ya pasé a la universidad y bueno, hemos ido a la biblioteca a por libros y a estudiar y eso. Pero posiblemente muchas menos horas que a la cafetería. Pero bueno, eso es algo que viene intrínseco con la universidad, ¿no? Tan mal no lo haría cuando acabé la carrera y ya voy por el segundo máster. Perdón, eso ya es echarme flores por el puro placer de leerlo.
En definitiva, que no he estado mucho por aquí porque estaba disfrutando como una enana en las prácticas del instituto. Si es que hasta las echo de menos. A las prácticas digo. Bueno, a los alumnos un poco también. En el fondo se hacen querer.
Así que sí, podría decir que estoy segura de meterme ahí
¡Sed felices!

lunes, 23 de marzo de 2015

Yo, mi, me, conmigo y contra mi.

Improvisadores, sé que estoy muy muy muy desaparecida desde hace… ni sé cuánto tiempo. Pero es por una buena causa, porque estoy de prácticas en un instituto y como este blog se nutre de las exageraciones de las pequeñas desgracias de mi vida… quiero decir, que si no hay desgracias no hay blog. Es así de triste. Pero no os preocupéis porque como aquí o son desgracias o son fiestas, creo que después de Fallas volveré por aquí. Porque además habré acabado las prácticas y tendréis que aguantar mis anécdotas de depresión post-prácticas. Sorry, not sorry.
De momento os dejo una cosa que escribí hace un tiempo y que no subí al blog porque… porque… porque se me olvidó. Lo siento. Allá vamos.
“Improvisadores, por una vez voy a romper la dinámica habitual que venía dominando el blog y no voy a hablar de fiestas ni nada por el estilo. De hecho, ni siquiera sé si esto es para vosotros o más para mí misma. Porque muchas veces necesito escribir para aclarar mis ideas. Y en otras muchas ocasiones me explico mejor escribiendo que hablando. Y la inmensa mayoría de las veces no me explico bien ni hablando ni escribiendo. Es una de mis virtudes.
En realidad creo que no va a ser una entrada con demasiada calidad literaria ni muy larga. De hecho, creo que iba a ser mucho más larga de lo que va a acabar siendo y es culpa de hablar con alguien y que te des cuenta de que en el fondo el sufrimiento que te corroe no es para tanto.
Pero la verdad es que lo que me ha llevado a escribir esta entrada no es el sufrimiento personal. Y con esto me refiero a esa preocupación constante, esa ansiedad que te acompaña cuando algo te preocupa o te ronda la mente y que hace que le des mil vueltas, que se te haga un nudo en el estómago y que, junto con otras cosas, puedas llegar a llorar. Cinco minutos, pero lloras. Me refiero a cosas tontas como sentir que fallas a una amiga por no poder ir a algo que organiza porque ya tenías planes. O no prestar tanta atención a la emoción de una amiga como posiblemente debería hacer.
Lo que me ha llevado a escribir esto es la conversación con unas amigas respecto a eso. Y es que mientras hablaba me he dado cuenta de una cosa: quizá hace unos años no me hubiese mosqueado, pero sí me molesta que algo me haga sentir mal durante días sin yo encontrar un porque. Me molesta analizar las cosas para buscar mi culpa cuando puede que no la tenga. O puede que no toda. Porque no voy a decir que no tengo culpa, porque todos somos un poco culpables. Pero sobretodo me he dado cuenta de que me enfado conmigo misma por sentirme así, es decir, me molesto conmigo misma. Porque yo me lo guiso y yo me lo como.
Y ¿sabéis por qué me molesta algo que antes no? Porque antes no tenía tanta autoestima. Y no es que ahora sea la reina de la autoestima, pero creedme cuando os digo que lo soy en comparación con épocas pasadas de mi vida. Y lo mío me ha costado llegar hasta aquí y no voy a dejar que nada ni nadie (incluida yo misma) destroce eso. Porque nada debería destrozar la autoestima de nadie. Porque la autoestima debería formarla (no destrozarla) la propia persona, porque por algo es su propia estima. No me estoy explicando demasiado bien y lo sé. Pero precisamente hoy, mientras me aclare yo…
Y creo que la conclusión de esto es que debería estar orgullosa de mi misma. Porque he tardado 23 años (y medio, para aquellos que disfrutan recordándome que me hago mayor) pero lo he conseguido. He conseguido valorar mi autoestima como se merece y valorar a la poseedora de mi autoestima, es decir, YO. Y creo que en realidad esto no es considerarse a sí mismo perfecto, porque eso sería mentirse. Es encontrar el equilibrio entre conocer los fallos y los aciertos que nos acompañan, porque todos tenemos de ambas cosas. Simplemente, no martirizarse por los fallos y echarse flores por los aciertos. Es decir, todos cometemos errores y todos acertamos. Todos tenemos puntos flacos y puntos fuertes. Y ser consciente de eso es lo que, en mi opinión, forma la autoestima. Quererse y valorarse con las cosas buenas y las cosas malas que nos forman. Podemos intentar cambiar las cosas malas, obviamente, pero también creo que para cambiar las cosas malas primero hay que reconocerlas y no hundirse en la miseria al hacerlo. Yo reconozco que tengo un pronto bastante malo, pero también soy consciente de que debo intentar solucionarlo y esto no me hace peor persona ni menos valida que nadie. Porque tengo cosas buenas, pero esas no os las digo que si no se pierde la magia de la primera no cita (porque en realidad ya nos conocemos desde hace tiempo, pillines).
Escribir esto me ha servido más a mí que a vosotros, pero sentíos libres de utilizar lo que consideréis útil si queréis aclarar vuestras ideas.
No tengo nada más que decir, porque como podéis comprobar, una de mis virtudes no es hacer grandes finales.”

¡Sed felices!