lunes, 23 de marzo de 2015

Yo, mi, me, conmigo y contra mi.

Improvisadores, sé que estoy muy muy muy desaparecida desde hace… ni sé cuánto tiempo. Pero es por una buena causa, porque estoy de prácticas en un instituto y como este blog se nutre de las exageraciones de las pequeñas desgracias de mi vida… quiero decir, que si no hay desgracias no hay blog. Es así de triste. Pero no os preocupéis porque como aquí o son desgracias o son fiestas, creo que después de Fallas volveré por aquí. Porque además habré acabado las prácticas y tendréis que aguantar mis anécdotas de depresión post-prácticas. Sorry, not sorry.
De momento os dejo una cosa que escribí hace un tiempo y que no subí al blog porque… porque… porque se me olvidó. Lo siento. Allá vamos.
“Improvisadores, por una vez voy a romper la dinámica habitual que venía dominando el blog y no voy a hablar de fiestas ni nada por el estilo. De hecho, ni siquiera sé si esto es para vosotros o más para mí misma. Porque muchas veces necesito escribir para aclarar mis ideas. Y en otras muchas ocasiones me explico mejor escribiendo que hablando. Y la inmensa mayoría de las veces no me explico bien ni hablando ni escribiendo. Es una de mis virtudes.
En realidad creo que no va a ser una entrada con demasiada calidad literaria ni muy larga. De hecho, creo que iba a ser mucho más larga de lo que va a acabar siendo y es culpa de hablar con alguien y que te des cuenta de que en el fondo el sufrimiento que te corroe no es para tanto.
Pero la verdad es que lo que me ha llevado a escribir esta entrada no es el sufrimiento personal. Y con esto me refiero a esa preocupación constante, esa ansiedad que te acompaña cuando algo te preocupa o te ronda la mente y que hace que le des mil vueltas, que se te haga un nudo en el estómago y que, junto con otras cosas, puedas llegar a llorar. Cinco minutos, pero lloras. Me refiero a cosas tontas como sentir que fallas a una amiga por no poder ir a algo que organiza porque ya tenías planes. O no prestar tanta atención a la emoción de una amiga como posiblemente debería hacer.
Lo que me ha llevado a escribir esto es la conversación con unas amigas respecto a eso. Y es que mientras hablaba me he dado cuenta de una cosa: quizá hace unos años no me hubiese mosqueado, pero sí me molesta que algo me haga sentir mal durante días sin yo encontrar un porque. Me molesta analizar las cosas para buscar mi culpa cuando puede que no la tenga. O puede que no toda. Porque no voy a decir que no tengo culpa, porque todos somos un poco culpables. Pero sobretodo me he dado cuenta de que me enfado conmigo misma por sentirme así, es decir, me molesto conmigo misma. Porque yo me lo guiso y yo me lo como.
Y ¿sabéis por qué me molesta algo que antes no? Porque antes no tenía tanta autoestima. Y no es que ahora sea la reina de la autoestima, pero creedme cuando os digo que lo soy en comparación con épocas pasadas de mi vida. Y lo mío me ha costado llegar hasta aquí y no voy a dejar que nada ni nadie (incluida yo misma) destroce eso. Porque nada debería destrozar la autoestima de nadie. Porque la autoestima debería formarla (no destrozarla) la propia persona, porque por algo es su propia estima. No me estoy explicando demasiado bien y lo sé. Pero precisamente hoy, mientras me aclare yo…
Y creo que la conclusión de esto es que debería estar orgullosa de mi misma. Porque he tardado 23 años (y medio, para aquellos que disfrutan recordándome que me hago mayor) pero lo he conseguido. He conseguido valorar mi autoestima como se merece y valorar a la poseedora de mi autoestima, es decir, YO. Y creo que en realidad esto no es considerarse a sí mismo perfecto, porque eso sería mentirse. Es encontrar el equilibrio entre conocer los fallos y los aciertos que nos acompañan, porque todos tenemos de ambas cosas. Simplemente, no martirizarse por los fallos y echarse flores por los aciertos. Es decir, todos cometemos errores y todos acertamos. Todos tenemos puntos flacos y puntos fuertes. Y ser consciente de eso es lo que, en mi opinión, forma la autoestima. Quererse y valorarse con las cosas buenas y las cosas malas que nos forman. Podemos intentar cambiar las cosas malas, obviamente, pero también creo que para cambiar las cosas malas primero hay que reconocerlas y no hundirse en la miseria al hacerlo. Yo reconozco que tengo un pronto bastante malo, pero también soy consciente de que debo intentar solucionarlo y esto no me hace peor persona ni menos valida que nadie. Porque tengo cosas buenas, pero esas no os las digo que si no se pierde la magia de la primera no cita (porque en realidad ya nos conocemos desde hace tiempo, pillines).
Escribir esto me ha servido más a mí que a vosotros, pero sentíos libres de utilizar lo que consideréis útil si queréis aclarar vuestras ideas.
No tengo nada más que decir, porque como podéis comprobar, una de mis virtudes no es hacer grandes finales.”

¡Sed felices!