jueves, 12 de diciembre de 2013

Familia, divino tesoro.

Improvisadores, he vuelto y estoy resfriada. Me fui a pasar el puente de la constitución a Francia, a visitar a la familia. Y de regalo me he traído un resfriado. ¡Ah! Y preparados para seguir la explicación sin que os tenga que dibujar un árbol genealógico.
Me fui el viernes por la mañana con mi abuela y el primo de mi madre. Siete horas después de salir de Valencia, llegábamos a casa de mi tía Rita (la hermana de mi abuelo). Y desde ese viernes por la noche no hicimos más que ir de mesa en mesa.
El viernes cenamos 8 en casa de Rita y después me fui a la cama dejando a mi abuela y a su cuñada (es decir, Rita) en su fiesta de pijamas particular. No sé qué se traerían entre manos, pero llevaban unas risas ellas solas… El caso es que el sábado por la mañana pasó Pedro (el hijo de Rita, el primo de mi madre que nos trajo desde Valencia, ¿recordáis?) a recogernos y nos fuimos a comer a casa de la tía Carmen (hermana de mi abuelo también). No es que yo me levantase tarde, es que allí se come pronto. Y vas antes a la hora del aperitivo y luego a comer. Y comer y comer y no parar. Nunca deja de salir comida de la cocina, es como si tuviesen a alguien allí metido cocinando las 24h del día sin parar. Y encima todo está bueno, porque si estuviese malo pues no comes tanto. Pero todo está bueno, no hay cosa que no lo esté. El salmón que se deshace en la boca; pato que acompaña a las patatas de forma maravillosamente genial; foie gras que más que un aperitivo debería ser un plato principal; la raclette (creo que se escribe así) que combina queso, carne, patatas y todo lo que le eches. Y el vino rosado, ¡ay dios! No soy muy de vinos y el tinto me parece fuerte y el blanco no me va. Pero el rosado… ¡eso sí!
Después de comer con los tíos nos fuimos a casa de Javier (el hermano de Pedro) a cenar todos. Y cuando digo todos me refiero a los 5 hijos de mi tía con sus correspondientes consortes con sus correspondientes hijos y los consortes de sus hijos. En total éramos nada más y nada menos que 31 personas cenando allí. Somos una familia bastante grande (esto lo digo para los improvisadores que no son de la familia, los de la familia ya lo sabéis) y eso quiere decir que es más que probable que no conozca a alguno de mis primos aun. Hasta el sábado, porque no faltaba nadie allí. Y me lo pasé genial. No gracias a mi capacidad de comunicarme en francés, más bien a la capacidad de mis primos de comunicarse en castellano. Aunque en mi defensa diré que entiendo el francés más de lo que pensaba y que cuando me leían las preguntas del trivial en francés las pillaba casi siempre. Lo de leerlas yo en francés ya era otro tema. Como práctica está bien, pero como jugadora de trivial deja bastante que desear si luego alguien tiene que volver a leerlo. Pero vamos, que me lo pasé genial. No tengo nada en  contra de la gente mayor (me refiero a los que ya cobran pensión y tal) pero no tenemos el mismo concepto de entretenimiento y por eso esa noche me lo pasé tan bien, porque estaba con mis primos que se acercan más a mi edad que mis tías abuelas o mi abuela. Con todo el respeto del mundo hacia las personas mayores, ojo.
El domingo por la mañana fuimos a comer a casa de la Amparín (prima de mi madre e hija del tío Ricardo; hermano de mi abuelo) y allí éramos 21 si no recuerdo mal. La verdad es que los aperitivos empiezan pronto, pero luego la comida se alarga horas y horas porque como hace tanto tiempo que no los ves, parece que no quieres irte nunca. Pero sobre las 6 ya volvíamos a estar en casa de la tía Carmen. Esa noche tocaba pasarla en su casa. Y aquí fue donde avancé barbaridades a leer el libro de “El tiempo entre costuras”, supongo que por eso de no tener internet ni prestarle atención a la televisión. El lunes por la mañana nos levantamos y después de algunas visitas fugaces, me fui a dar una vuelta yo sola por el pueblo. No es que me fuera a perder porque ya había estado antes allí, así que no había ningún problema. ¿Por qué me fui a dar una vuelta? Porque me aburro toda la mañana en casa sin salir y porque pasear cuando no hace calor es una gozada. Cuando fui a Noruega a ver a Nuria también me fui yo sola a dar una vuelta.
Pero volvamos a Francia. Me fui en busca de una farmacia porque yo en cuanto me descuido tengo la garganta fatal. ¿Y sabéis que? Las farmacias no abren los lunes. Tampoco los bancos. Creo que no abre nada los lunes. Increíble pero cierto. Pasé una farmacia cerrada y buscaba otra, pero no sabía dónde había una, así que paré a una pareja de ancianos para preguntarles en mí no perfecto francés “Excuse-moi….comment ça se dire… ¿farmacia?” y el buen hombre me entendió y me dio las indicaciones en francés preguntándome si las entendía. Por suerte, el día de antes la tía Rita me había explicado como se dice “a la derecha”, “a la izquierda” y “todo recto”. El caso, que las tres farmacias que encontré estaban cerradas.
Así que de vuelta a casa de mi tía y cuando quise darme cuenta ya eran las 12, hora de comer. Sí, las 12. Pero no os penséis que después de comer hay siesta, que vino una amiga de mi tía y nos fuimos todas a su casa y allí estaban leyéndose las cartas estas de adivinación mientras tomaban el café. Las 6 señoras y yo. Y de allí nos fuimos al súper a comprar cosas que quería traerse la abuela de allí, y ya sabéis: discusión por pagar. No lo entenderé nunca. Una o dos veces vale, pero si a la tercera te dicen que no, ¡no te pongas a discutir!
Luego vinieron la Amparin y Paco a por la abuela y a por mí y nos fuimos a cenar a casa de Jose (otro hijo de la tía Rita). No sé cuántos éramos, pero no éramos 31 seguro. Hacia un frio de mil demonios fuera de casa, pero dentro con las dos chimeneas tengo que decir que su casa parecía el paraíso. Pero nos fuimos pronto a casa porque el martes por la mañana tocaba poner rumbo a Valencia, así que a las 12 de la noche ya estaba yo en la cama con el libro en la mano.
El martes me desperté y cuando salí me encontré con que habían traído a la prima pequeña porque estaba mala y no iba al colegio. Y ella sin hablar castellano y yo con 4 palabras mal dichas  (y que no sé escribir) en francés, estuvimos jugando lo menos dos horas. Me seguía, me esperaba si no la seguía, me mandaba subir a por mí abrigo porque a ella le habían dicho que saliese con su abrigo. Vamos, que la comunicación con los niños es universal. Hablen el idioma que hablen, todos hacen castillos con cubos de juguete y los derrumban, todos hacen mil preguntas, todos juegan a subir y bajar las escaleras y todos son un poquito mandones.
A las 11 vinieron Pedro y Françoise y pusimos los 4 rumbo a casa con el coche más cargado que cuando nos fuimos hacia allí.
Cuando fui a Noruega dije que era el sitio más bonito en el que había estado nunca. Y es verdad, es precioso, tiene algo especial. Pero Francia tiene algo muy especial también, que cuando vamos a casa de la familia es muchísimo más bonito que mil Noruegas juntas. Porque hace años que no los ves o incluso es la primera vez que los ves en tu vida, pero parece que los vieses todos los días. Porque vas allí y es reunión tras reunión, y risas y más risas. Y ya lo dice la Amparin, a los Zafras nos gusta el jaleo, y por eso me encanta ir a Francia a visitarlos. Es verdad que cuesta dinero viajar, pero si el dinero se gasta en viajar y en ver a la familia yo creo que es un dinero más que bien invertido. Y oye, no son visitas sin más que también voy aprendiendo cosas útiles. De momento solo sé frases cortas, palabras sueltas y preguntar dónde está el vino rosado; ¡pero por algo se empieza!

¡Sed Felices!