miércoles, 8 de octubre de 2014

Barcelona mola, pero poner títulos no.

Improvisadores, vengo a contaros unos fantásticos 4 días. Por dar un poco de envidia. Que sé que muchos estáis ya con las clases y trabajos y demás. Pero tranquilos que yo empiezo la universidad el lunes.
Como últimas vacaciones (y porque tenía que solucionar cosas de la matrícula de la UB) decidí irme con Elena a Barcelona porque ella se iba a echar currículums. Y ¿qué mejor sitio para quedarse que en casa de Paula? Pues eso. Así que el viernes a las 7:40 estábamos ya sentadas en nuestros butacones del Euromed. Porque eso no son asientos de tren, son butacones reclinables. Aunque nos faltó una película. A las 10:30 llegamos a Barcelona después de un viaje acompañadas por un niño en el vagón, dos hombres que a las 10 de la mañana iban pasándose la petaca, un hombre que se pasó todo el viaje enviando emails y un chico que se reía él sólo viendo “Dos hombres y medio” en la Tablet.
En la estación nos recogió Paula (aunque le faltó el cartelito con nuestros nombres) y nos llevó hasta el ascensor del metro que está a hacer puñetas para estar en una estación de tren donde la gente suele ir con maletas. ¿Por qué llevaba una maleta grande? Porque la mitad de esa maleta estaba ocupada por cosas de Paula. Por no hablar de la bolsa frigorífica llena de botes de caldo. Os lo juro. Llegamos a casa de Paula que está a un tiro de piedra de la estación de metro y dejamos todos los trastos. Después de un pequeño tour por el piso nos dio las llaves y Elena y yo pusimos rumbo a la universidad.
Supongo que en general, todos habréis notado que tengo mala suerte en lo que a burocracia y papeleo se refiere. Así que imaginaos mi cara cuando a las 12:15 llego a la cola de secretaría y había 8 personas por delante de mí. No íbamos a acabar nunca y teníamos currículums que repartir. Y entonces pregunta la de secretaria: “¿sois todos para doctorado?” y le contesto desde la cola: “¡No!”. Y entonces me convertí en la primera en la cola para masters y en 5 minutos había acabado con el papeleo. Buena señal de que iba a ser un gran día. Y un gran fin de semana.
Al acabar con la universidad tocaban los curriculums. No voy a aburriros con lo que fueron viajes en metro, hospitales y curriculums varios. Pero sí voy a deciros que nos quedamos paradas dos veces en la línea 5 por problemas en una parada en la otra punta de la línea. Y que la de información del hospital Vall d’Hebron es la persona que peor se explica de la historia de los puestos de información.
Muertas de patear y con un bonometro acabado, nos fuimos a comprar, porque somos humanas y tenemos que comer. Fuimos a un supermercado a comprar con la idea de no gastarnos mucho, pero una señora se llevó la última barra de pan. Y entonces decidimos ir a una panadería y de paso comprar algo de dulce, por lo de que no acogen en su casa y eso. Pero la cara que se le quedó a Elena cuando le dijeron el precio… no os lo digo que me da vergüenza admitir que nos estafaron. Pero me entró un ataque de risa y me fui riendo lo menos los 2 minutos hasta que llegamos a casa, pero además las calles de Gracia son estrechas y retumba mucho, así que se debió enterar todo el barrio de que me estaba partiendo de risa. Cuando caí en la cuenta de que Elena y yo íbamos a medias en los gastos no me hizo tanta gracia.
Comimos las tres juntas en casa como personas civilizadas en un salón sin muebles y al acabar estábamos bastante derrotadas. Además, la noche del jueves al viernes habíamos dormido muy poco. Yo personalmente, 4 horas. Total, que después de comer me senté en el sofá y pensé “5 minutos”. Y estaba hablando con Paula y Elena que estaban luchando con los restos de pintura de las ventanas y cuando me quise dar cuenta me estaba despertando como una hora después. ¿Pero qué? Y lo peor es que me desperté más atontada de lo que estaba antes de dormirme. (Sí, es posible estar más atontada).
Habían dejado el piso impoluto y entonces llegó el casero con la lavadora nueva y los que venían a instalarla. Que no llevaban los zapatos precisamente limpios. Y colocan la lavadora en su sitio y se largan. Y a fregar otra vez el suelo. Y Paula decide poner una lavadora para ver cómo va y tal. Y mientras estábamos en el salón empieza a sonar un ruido rarísimo y era la lavadora que estaba bailando claqué. No sabéis como se movía esa lavadora. Y no visteis a Paula y Javi (el compañero de Paula, que se me ha olvidado cuándo llegó) sujetando la lavadora con todas sus fuerzas y no había manera. Total que apagan la lavadora y sacan la ropa, obviamente, sin aclarar. “Pues aclaradla en la ducha”. Pues no, listillos. Acababan de poner silicona en la ducha y no podía usarse en 24 horas. Así que aclaramos como buenamente pudimos las sábanas en la pila de la cocina y las tendimos en el patio. Pero claro, eso chorreaba por todas partes y cuando nos dimos cuenta nosotros mismos habíamos ensuciado otra vez el suelo al entrar del patio. Bien por nosotros.
Decidimos que era el momento de hacer la lista de la compra, la de comer y la de muebles. Y nos fuimos los 4 a Mercadona de excursión. Y nunca mejor dicho porque está a 20 minutos caminando y llevábamos bolsas de la compra hasta en la mochila. Después de comprar la cena nos fuimos a casa y pusimos la mesa y después llegaron Javi (que se había ido porque es una persona con otros compromisos, no como Paula que tiene que aguantarnos) y Joan (otro amigo de Paula. Joan – lectores, lectores – Joan). Después de cenar decidimos poner rumbo a… bueno, a donde nos llevasen. Y nos fuimos a la Rambla. Y allí cada dos pasos hay alguien poniéndote el cuño de una discoteca para que entres gratis hasta la una (o las dos depende de la discriminación positiva de la discoteca).
Entramos a la primera (Boulevard) pero estaba muy vacía, así que nos tomamos el chupito de manzana que nos regalaban y decidimos salir a ver si había otro sitio con más animación. Y acumulamos dos cuños más. En uno de los sitios entramos y era talmente como si la familia Adams hubiese decorado el local, así que entramos a que Joan comprase tabaco y salimos. Y al tercer sitio no entramos porque abrían a la 1. ¿Pero qué?
El caso es que al final decidimos volver a Boulevard, pero era la 1 menos cuarto y había mucha cola. Decidimos intentarlo. Llegamos a la puerta y Elena pasa sin problemas pero cuando va a entrar Paula, el portero le dice que no puede pasar y le dice al compañero que no nos cuente que ya hemos entrado antes con el cuño y que ahora hay que pagar. Y entonces Paula les dice que no va a pagar y cuando estamos saliendo por la puerta le dice a la cajera que nos deje pasar. Evidentemente porque íbamos a ser lo mejorcito que entrase esa noche en la discoteca. Y no va de broma.
Entramos y la sala estaba llena, pero de especímenes difíciles de clasificar. Desde los chavales que debían estar celebrando que se habían colado en la discoteca sin tener 18 hasta personas que podrían ser perfectamente los padres de estos chavales. Además de los grupitos de personas que te roban el espacio personal y bailan sin darse cuenta de que tu espacio vital en ese momento es sagrado. Y puedo decir orgullosa que gané la batalla por el sitio y se marcharon. Y luego a las 2 menos cuarto nos marchamos nosotros hartos de señores que podrían ser padres y de chavales. Y que el metro cerraba a las 2.
El sábado nos levantamos a las 10 y nos dio tiempo a ducharnos a los 4, porque somos así de veloces. Y a las 11 salíamos por la puerta de casa de camino a ikea. Supongo que la mayoría habréis ido ya, pero yo no había ido nunca. Y tienen cosas muy chulas, pero también hay mucha gente. Y debe ser el centro de operaciones de todas las embarazadas o en Barcelona hay un baby boom. El caso es que llegamos allí y Javi y Paula se fueron por su cuenta y riesgo mientras Elena y yo (que no íbamos a comprar nada) nos dimos una vuelta tranquilamente por toda la tienda. Nos encontramos con Javi y Paula en las cajas y después de que Javi se fuese (compromisos, os lo he dicho), nosotras nos fuimos a comer. No sabéis la cantidad de gente que había en el restaurante. No sé si tiene aforo máximo, pero estaban a un bebé de sobrepasar el límite. Después de comer dimos la segunda vuelta a la tienda, esta vez para elegir las cosas de Paula. No sabéis que lio nos montamos en la sección de trastos (¿o era complementos?) Para buscar una estantería de tela del color que queríamos con un cajón que nos gustase. Total para al final dejar el cajón. Pero creo que hicimos buena compra. Y con hicimos me refiero a Paula que es la que se gastó los cuartos.
Después de ikea nos fuimos a casa y cuando llegamos allí estaba el obrero/manitas/chapuzas como queráis llamarlo arreglando el desastre de la lavadora. Y resulta que no habían quitado los tornillos que sujetan el tambor en el transporte, pero que son tornillos que bien podrían ser igual de grandes que un lápiz. Un lápiz un poco usado. El caso es que ya que el muchacho estaba allí, Paula aprovechó para que le colgase las lámparas. Que digo yo, que entre que se suba él a la escalera y las ponga y nos subamos nosotras que no tenemos ni puñetera idea… la decisión era obvia. Y nos hicimos un lio porque se supone que Joan iba a casa de Paula y Javi a recibir los muebles de ikea, pero Joan no venía. Así que al final nos quedamos en casa hasta que llegaron los muebles. Bueno, unos señores trajeron los muebles. Y después vino Joan a por su silla. Creo que al final la cosa era que Javi avisaría a Joan cuando lo avisasen de ikea, pero como nosotras estamos un poco atontadas pues nos quedamos en casa esperando a los de ikea.
Una vez solucionado el tema muebles, decidimos ir a dar una vuelta por el barrio. Vuelta que acabó en una zapatería donde Elena se compró unas botas a las que les había echado el ojo. Y tiene buen ojo para estas cosas, no os creáis. Así que volvimos a casa a dejar el botín y volvimos a emprender el paseo. Y resulta que no sé porque había como un mercado o algo así en el barrio. Y cuando íbamos en busca de una plaza para tomar algo, nos llamó Joan diciendo que si íbamos hacia el hospital. No os preocupéis, está todo bien, es que detrás del hospital hay un mercado (de cuyo nombre no puedo acordarme) donde hacían el festival de la tapa. Así que pusimos rumbo al metro donde nos encontramos con Joan.
Llegamos al mercado y había grupos de música y mucha gente, así que sacamos nuestras carteras y nos compramos los tickets correspondientes. Al acabar la primera ronda de tapas llegó Javi y volvimos a sacar las carteras y otras dos rondas de tapas con su correspondiente bebida. Estábamos con la última ronda de tapas cuando de repente una de las patas de la mesa decidió plegarse sobre sí misma y tirar todo al suelo. Incluido el móvil de Elena y los tickets. Y nos entró el ataque de risa a nosotros y a los abuelos que estaban sentados en el banco al lado nuestro. Después de cenar de pie, fue la hora de que los abuelitos se retirasen y fuimos conquistando el banco, así que por lo menos el postre pudimos comerlo sentados como personas normales.
Aunque dejamos de ser personas normales cuando acabamos el postre y decidimos intentar tocar palmas al ritmo de la música. Qué descoordinación. Nos fuimos hacia el grupo de música cuando quedaban pocas canciones para acabar, una lástima. Entramos al mercado a por unos mojitos (y al baño, shh) pero fracasamos en la misión. ¿Pues no va el hombre y nos dice que él no sabe hacerlos? Bueno, disculpe señor, pero estoy segura de que la chica que está haciendo mojitos detrás de usted es capaz de hacer mojitos. Que no, que está cerrado. Pues menos dinero para ti, ea.
Así que compuestos y sin mojito pusimos rumbo al metro para ir a la Rambla y a un bar llamado  “La rosa del rabal”. Queríamos mojitos y mojitos íbamos a tener. Debimos estar allí como una hora o más hasta que después de dos rondas de mojitos nos echaron a las 2 porque cerraban. ¿Sabéis que pasa? Que es difícil calcular el tiempo cuando te lo estás pasando bien (y no llevas reloj). El caso es que estando allí nos mandó un whatsapp Ángel (el amigo de Reix, ¿os suena? Os tiene que sonar) que también está en Barcelona y como el mundo es un pañuelo, estuvo en clase con Paula, Javi y Joan. Así que lo esperamos a él y a sus amigos en la puerta para ir a otro sitio. No tenemos mucho criterio así que nos fuimos al primer sitio al que nos dijeron que nos invitaban a algo. Somos muy fáciles de contentar. Estuvimos allí un rato más después de que Ángel y sus amigos se fuesen a otro sitio. Después de que Paula rechazase muy poco correctamente a un inglés un tanto sobón decidieron cambiar de sitio. Pero digo yo, ¿no podían acabar a que acabase la canción de Ed Sheeran? Pusimos rumbo a la discoteca (de cuyo nombre ni me enteré ni lo pregunté) y allí estuvimos…. Pues otro rato, ¿qué más da cuanto rato? Podría decirse que aquí la cosa se dispersó y se desmadró un poco. Pero mantendremos el secreto de sumario porque quiero mantener la poca dignidad que pueda quedarnos. Solo diré que me encantan los baños mixtos porque por una vez todos hacemos cola igual. Aunque ese hombre quiso colarse. Pues no señor, ya se lo dije “Haces cola como todas”. Bienvenidos a las inmensas colas en las discotecas.
No sé quién decidió que era el momento de irnos, pero salimos de la discoteca y nos fuimos caminando a casa. Al llegar, hicimos una pizza (que tiene mucho mérito si tenemos en cuenta que el horno es de gas y nadie se chamuscó las cejas) y nos pusimos a ver videos en YouTube. Paula se fue a la cama a las 6:30, al poco, Elena se quedó frita en el colchón hinchable y creo que antes de las 7, apagamos la tele y nos fuimos a dormir.
El domingo nos despertamos a las 12, lógicamente. Elena y yo dormíamos en el comedor y ni con toda la luz del mundo nos despertamos. Elena porque llevaba antifaz y yo, pues porque nos habíamos acostado a las 7 supongo. Y entonces aparece a las 12 Javi con una voz de hombre de las cavernas saludando, imaginaos el panorama. Y aun así nos levantamos los 4 y montamos los muebles de ikea. Y con montamos me refiero a que comimos galletas príncipe mientras Javi montaba la mesita auxiliar y el mueble de la tele. Aunque ahí ya nos tocó ayudar un poco, pero no mucho. Y otra vez en tiempo record nos duchamos y nos preparamos porque habíamos quedado con Ángel (no el amigo de Reix, el amigo de Elena). Qué originales fueron los padres de nuestra generación con los nombres. El caso es que nos fuimos con el coche en busca de un parque que no llegamos a encontrar y acabamos comiendo en un bar de estos que lleva una pareja de chinos y que tiene pinta de tener parroquianos habituales. Lo mejor del bar fue el cartel que decía: Sólo se fía a mayores de 90 años acompañados de sus padres. Qué cachondos. Después de comer Ángel nos llevó a un centro comercial donde nos tomamos un café/helado y retomamos nuestro camino hacia una montaña que no sé cómo se llama pero desde la que se ve toda Barcelona. Hay fotos muy chulas por ahí (“por ahí” en el sentido de redes sociales, no por ahí de en el viento). Después de recoger un ramo de flores silvestres para casa, Ángel nos llevó de vuelta al piso donde aún quedaban por montar muebles. Así que acabamos el domingo como lo empezamos, montando muebles. Cerca de la hora de la cena nos dimos cuenta de que al habernos comido la pizza, quizá no habría suficiente cena. Y Paula y Elena necesitaban no sé qué para una manualidad. Así que bajamos medio en pijama a una tienda a comprar algo de cenar (imaginaos el precio un domingo a las 8 de la tarde) y a por palomitas. Después de cenar y de casi sacarme la piel a tiras con la bandeja ardiente del horno, hicimos palomitas y nos sentamos a ver una de las películas menos graciosas que he visto últimamente: Sex Tape. No sé por qué esperaba más. Después de la película Javi se fue a dormir porque el lunes trabaja como las personas normales y nosotras nos quedamos hablando un rato hasta que a Paula le entró el sueño y decidió irse de nuestra habitación/su salón.
El lunes por la mañana escuchamos irse a Javi, pero fue tan silencioso que habría que ponerle un cascabel. No como Paula que parecía un elefante en una tienda de tazas de porcelana. A las 10 nos levantamos Elena y yo y después de desayunar nos fuimos a buscar una copistería. Y nos perdimos. Pero fue el destino, porque de vuelta de la copistería vimos pasar un camión con palés. ¿Y qué? Os pongo en antecedentes. Javi y Paula querían un palé para ponerle unas ruedas y hacer una mesita de café (esas entre la tele y el sofá) y llevaban buscando uno desde antes de que se inventasen los palés. Bueno, al ver el camión pensamos que era de una obra y que no nos iban a dar palés, pero de repente se paró delante de un contenedor y le digo a Elena: ¡es de recogida de muebles! Y tras un microsegundo en el que nos miramos, salimos corriendo hacia el camión gritando para que no se subiesen al camión. Elena le pregunta que si puede recoger un palé y el hombre le dice que no, que el horario de recogida es de tal a tal y Elena le dice: no, si lo que quiero es llevármelo a casa. No quiero saber qué pensó el hombre, pero el caso es que nos dio el palé. Tampoco sabíamos lo que pesaba un palé, pero se nos hizo muy larga la vuelta a casa. Dejamos el palé en el salón y volvemos a irnos de tiendas: mañana de manualidades. Volvemos a casa y nos ponemos manos a la obra. No quiero daros envidia, pero Paula tiene una mesilla de noche que os morís. Y les pusimos las fotos del domingo de recuerdo. En realidad, nos metimos un poco en su vida y les añadimos cosas a la casa, como si fuese nuestra. Son las típicas cosas que guardaran en el fondo del armario y las sacaran cuando vayamos a ir, como si fuésemos su suegra.
Cuando llegó Paula, no la dejamos entrar y la guiamos con los ojos cerrados para ver todas las cosas que le habíamos hecho a su casa. Pero el mayor triunfo fue sin duda el palé. Antes de ponernos a hacer la comida acompañamos a Paula a correos, ¿vosotros sabéis la cantidad de gente que hay en correos a la una y media? Y cuando llevábamos un rato se me ocurre decirle a Paula que pregunte porque igual como su carta es sin sello no tiene que hacer cola. Efectivamente. No me lo tengáis en cuenta, a veces me cuesta tener grandes ideas. Comimos y después de acabar de hacer las maletas nos sentamos a ver la tele un poco y pusimos rumbo a la estación.
Subimos al tren a las 17:30 y nos tocó otro bebé en el vagón. Qué ilusión (nótese la ironía). Nos sentamos y colocamos las butacas en la posición que queríamos como quien se sienta en el sofá de su casa. Al poco el tren se pone en marcha y nosotras empezamos el viaje con una revista cada una. Cuando yo me acabo mi revista, Elena estaba durmiendo. No sabéis lo que me costó arrancarle su revista de las manos. Es como las madres que no te dan el mando de la tele aunque estén durmiendo. Pero conseguí la revista. Y después de una hora de siesta Elena se despertó. Lo malo de pasar 4 días juntas es que no tienes nada que contar y se nos habían acabado las revistas y aún faltaba media hora hasta llegar a Valencia.
Pero sobrevivimos al viaje y llegamos a casa sanas y salvas y con un viaje de vuelta  a Barcelona pendiente. Para ver el palé, no a Paula.
Espero haberos dado un poquito de envidia (de la buena) y sino, pues contadme qué habéis hecho que haya sido mejor. Pues eso, lo que yo decía…

¡Sed felices!