Improvisadores, llegamos al último día en Italia. 27 de octubre.
Habíamos decidido visitar la costa amalfitana. Por si no la conocéis, los pueblos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 1997 y la República Amalfitana fue una de las muchas que dominó el Mediterráneo allá por el siglo XII.
Así que no podíamos perdérnosla. Y como teníamos coche… para qué ir en autobús. Así que allá que nos
fuimos. Nos lanzamos por una carretera de costa con todas sus curvas y todos
sus conductores italianos y autobuses. Pero qué preciosa es. Os dejaré fotos
por Instagram.
Teníamos 1h o así desde Salerno a
Positano. No íbamos a parar en todos los pueblos porque uno de los problemas es
el espacio para aparcar. El plan original era ir hasta Positano que estaba más
lejos e ir volviendo hasta Vietri sul Mare, comer allí y ya a Salerno. ¿Problema?
Somos muy lentas y entre que nos levantamos y salíamos de casa… llegamos a
Positano sobre la 1 del medio día. Acabamos aparcando en zona azul que nos
costó 6€. Ir en autobús hubiesen sido 10€ cada una, por si necesitáis la
referencia.
Aparcamos y… bueno, ¿conocéis Positano?
Por si no la conocéis…. No tiene ni una calle plana. Está más inclinada que la torre
de Pisa. Así que bajamos los 2 millones de escaleras hasta llegar al Duomo. No
pudimos entrar porque estaba cerrado. Así que dimos una vuelta (más escaleras),
vimos las vistas (más escaleras). Y decidimos volver hacia el coche (más escaleras).
Una vez arriba ya habíamos decidido que no parábamos en más pueblos inclinados.
Que visto un pueblo mediterráneo vistos todos. Y sobra decir que decidimos eso
con el hígado en la boca.
Paramos en el primer restaurante
que vimos que no parecía que fuese a costarnos un riñón, no podíamos perder más
órganos. Comimos en “Mediterraneo”. El dueño muy simpático, un poco engatusador
como todos por allí. No sabemos porque se sorprendían de que condujésemos nosotras.
“¿Pero vais solas? No hombre, vamos las 4 juntas. Que bonito, un viaje de 4
hermanas”. Pero la comida buenísima. Y eso que yo me había dejado mis pastillas
de la lactosa en el coche y mi gnocchi iban sin mozzarella. Pedimos solos los 4
principales y mucha agua. Por las malditas escaleras. Y salimos si no recuerdo
mal a 21€ por persona.
Cuando recuperamos la fuerza en
las piernas volvimos al coche. Esta vez le tocaba a Nuria encararse con los
autobuses, amos y señores de las curvas estrechas. Y llegamos a Amalfi. Así si
se hace. Una ciudad plana. Que pueda llegar al duomo sin morirme. Aunque había escaleras
para subir al duomo. No entramos, porque realmente lo bonito de estas iglesias son
los colores de fuera. La playa, preciosa. Hicimos fotos, porque era bonito y
como prueba de vida de que estábamos vivas. Y volvimos a Salerno. Tocaba hacer
las maletas.
Llegamos a Salerno sobre las 5 o así.
Y quiero que quede constancia de que le dijimos al del aparcamiento: hoy sobre
las 21h vendremos a por el coche que nos tenemos que ir. Aquel aparcamiento
donde dijeron el primer día que cerraban a las 22h. Ellas 3 se fueron a por
crepes para merendar porque habíamos subido muchas escaleras y nos los merecíamos.
Yo me fui al piso de mi prima a conectarme a una charla online. Hay que ser
responsable. Sobre las 20h nos fuimos a cenar a Il Duca. Pedimos unos entrantes
típicos de allí, pulpo en salsa y habas con sepia o algo así (no me gustan
ninguna de las dos cosas y estaba bueno) y pizzas. Yo quería probar la pizza
frita, por irme de allí con el ciclo completo. Sin más. Hasta un poco salada.
Pero las otras pizzas espectaculares. Además, el dueño nos las sirvió ya
cortadas y repartidas en platos para compartir entre las cuatro.
Aquí empieza la aventura. Estamos
cenando, de charla, la ultima noche las cuatro juntas. Y se me ocurre preguntar
qué hora era. Las 21.10h. Estupendo todo. Pagamos corriendo. A por las maletas
y corriendo a por el coche. Que nos sentó la cena mal a todas de las prisas.
Llegamos al aparcamiento a las 21.30h. Imaginaos nuestra cara cuando llegamos y
está cerrado. La puerta, la verja, todo. Cerrado. El coche dentro. Nosotras
fuera. El aeropuerto en Roma. Llama mi prima a un número de teléfono que hay en
la puerta. Mi prima lleva un mes allí y habla más inglés que italiano. El señor
del aparcamiento solo habla italiano. Y el hombre: tenéis pagado hasta el 28. Y
yo: que da igual, que te lo regalo. Y buscando en el traductor como se decía “necesitamos
el coche con urgencia, nos han cambiado el vuelo”. Y mi prima que solo decía: “urgente,
aeroporto, aeroporto di Roma”. Mi otra prima buscando cómo se decía “nos
dijisteis que cerrabais a las 22h”. Y mi hermana riéndose. Porque ella es así. El
hombre se cansa de nosotras y dice que llamemos al otro número. Misma conversación.
“Le ragazze del cinquecento?” si hombre, las del Fiat 500, si sabes quienes
somos. Y ¿Por qué lo sabes? Porque te hemos dicho que vendríamos.
El hombre debía vivir cerca, porque
mientras intentábamos volver a explicarle todo, la verja se abrió sola. Y
bajamos todas corriendo. El hombre explicándonos en italiano dónde tenia las
llaves de nuestro coche guardadas. Y mi prima diciéndole “vale, pero uscita,
¡uscita!” porque si, estábamos dentro, pero si no abría también la barrera no salíamos.
Y la barrera se abrió sola. Y nosotras mirando hacia los edificios gritando “¡grazie
mille!”. Y mi prima con el teléfono en la mano diciendo que el señor se estaba
riendo.
A las 22h salíamos del
aparcamiento riéndonos nosotras. Nos reíamos porque teníamos el coche, porque
hubo 30 min de drama. Teníamos el sistema de vuelta mejor organizado que el de
ida. 1h y media de conducción cada una, aproximadamente. La que conduce luego
pasa a copiloto y la copiloto a descansar detrás y la de detrás a conducir.
Empecé conduciendo yo. 2h, porque era pronto, no tenia sueño. Y porque tampoco os
creáis que encontramos donde parar. Porque igual lo de parar en mitad de la
nada de madrugada fue un error que cometimos a la ida que no hacia falta volver
a cometer. A las 3 de la mañana aparcábamos en el aeropuerto de Roma. Y nos
dormimos 1h dentro del coche. Os prometo que fue la hora que más descansamos. Porque
realmente en la parte de detrás de un coche en marcha tampoco descansas. Hay
baches, paradas, luces, música.
A las 4 nos fuimos hacia el
aeropuerto, no había que facturar, pero con el COVID dijeron que había que
estar antes. Llegamos y había una señora comprobando el green pass…. Con los
ojos. No conocía a nadie que fuera capaz de escanear códigos QR con los ojos,
pero oye, nunca te volverás a casa sin descubrir una cosa más. Pasamos el
control más laxo de la historia de mis vuelos. Teníamos líquidos en la maleta,
la Tablet... nada, no sacamos nada. Nos fuimos a la puerta de embarque y nos
sentamos a esperar. A las 7 despegábamos y a las 9 de la mañana de 28 de
octubre ya estábamos en Valencia. Nos recogió el novio de la prima y para casa.
A desayunar al horno unas tostadas con tomate como toca.
Os diría que me acosté y dormí
hasta el día siguiente, pero estaría mintiendo. Me cambié de ropa y me fui con
mi abuela al cementerio. Porque la semana de todos los santos toca ruta. Y al día
siguiente nos fuimos a otro. Y por la tarde del viernes 29 me volví a ir a Fira
de Onda. Quien diga que no se puede salir de fiesta, sobrevivir a base de
siestas mal echadas, viajar y volver a salir… se equivoca.
Como siempre, espero que os hayan
gustado nuestras aventurillas. Os he ido dejando en Instagram reels de cada día
e iré compartiendo fotos.
¡Sed Felices!
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