Improvisadores, ¡he vuelto! Cuántas
veces habré empezado diciendo eso… en fin, que ya estoy en Valencia, ya no me
queda más remedio que quedarme aquí hasta que pueda volver a irme. ¿Próximos
destinos? A saber, Nules, Barcelona, Londres… soy así de variada.
Pero vengo a contaros mi última
semana de vacaciones que fue, como el año pasado, el primer finde de octubre. Porque
no hay mejor temporada que la baja para irse de vacaciones. Y más cuando esas
vacaciones van con alojamiento gratuito. Sí señores, me he ido a Barcelona. Como
todos sabéis ya (o deberíais, a ver si leemos más) Paula está viviendo allí. Y es
mi deber como amiga ir a acoplarme a su casa con la excusa de ver como está. Así
que Elena y yo hicimos un tú a Londres y yo a Valencia pero al contrario, es
decir, nos juntamos en Barcelona.
No sé si lo sabéis, pero soy bastante maniática con eso
de llegar pronto. Pero esta vez me pasé tres pueblos. El tren salía a las 14:50
de Valencia y a las 13:45 ya estaba en la estación. En mi defensa diré que la
madre de Paula me llevó en coche porque me cargó una nevera llena de cosas para
Paula y no podía llevarme más tarde. Allí en la estación me encontré con mi
profesora de historia del arte del máster. Casualidades de la vida. Y entablé conversación
con una pareja de señores mayores muy curiosos. Los que no me conozcáis no sabréis
que tengo una habilidad especial para establecer conversación y pasar al nivel “como
si te conociera de toda la vida” con bastante facilidad. Preguntad a mis
amigos. Así que todo empezó porque los señores estaban mirando la cinta de
seguridad y diciendo que si pasaría o si pitaría. Y les dije que no había arco
detector, sólo cinta. Y ahí empezó todo. Que si resulta que el señor lleva una
navaja en el bolsillo y que pensaba que pitaría, pero que no me asuste porque
lleva una navaja (señor, mi padre es de Albacete, no me asustaré por eso. De
hecho, tengo yo una navaja/tenedor/cuchara la mar de cuca desde hace mucho
tiempo), que si mírame niña que coche llevo porque no lo veo bien. Y en eso que
estaba por allí un policía nacional con todo su equipamiento y se me ocurre
decirle: no se preocupe por su navaja que él le gana. Y la lie. La lie lo más
grande. Porque empezaron a hablar de si seguridad y terrorismo y que si un jamón
con chorreras y yo decidí abandonar tan fascinante conversación. Y luego la
señora dijo que ella no quería ir a Barcelona antes de las elecciones por si no
la dejaban salir. Y el señor le dijo que igual lo que no le dejaban era entrar.
Fascinantes los señores de Cuenca.
Y por fin llegó el momento de
embarcar, y subí hablando con mi profesora hasta que cada mochuelo se fue a su vagón.
Y me senté al lado de una chica que estaba de prácticas en una editorial. Y detrás
de un grupo de gente que criticaba creo que todas y cada una de las carreras
que habían estudiado. Menos mal que mi acompañante era simpática. Ya lo dijo
ella, que en los trenes te puede tocar gente muy rara. No fue el caso (espero).
Pero además le dije: ponte la música si quieres. Y me contestó: no, si prefiero
hablar. PREFIERO HABLAR. Me lo dice a mí. No sabe lo que ha hecho. Y nos
pasamos las tres horas de viaje más la hora de retraso por la tormenta de
Tarragona hablando. ¿No querías sal? Pues toma dos tazas.
Por fin llegamos a Barcelona y
Paula y Elena estaban esperándome en la estación y se rieron cuando me vieron
salir con la chica “como si la conociera de toda la vida”. ¡Pero si ya me conocéis!
Cuando quisimos llegar a casa de Paula serian ya las 8, así que tardamos poco
en captar a Joan (el compañero de piso de Paula) para irnos a cenar a Els
Miralls (si no recuerdo mal). No hay nada más difícil que elegir cena cuando
tienes mucha hambre y todo tiene una pinta genial, por eso Elena y yo acabamos
compartiendo hamburguesas.
El miércoles por la mañana, Paula y
Joan tenían que trabajar, así que Elena y yo nos fuimos a desayunar a “El Patrón”,
os lo recomiendo, pasamos allí dos horas la mar de bien en la terraza cubierta
viendo llover y poniéndonos al día. Y luego nos fuimos al Corte Ingles, a Zara,
a Mango, etc. Es decir, que como Barcelona ya la hemos visto mil veces optamos
por hacer otras cosas. Volvimos a casa, porque hacia día de comer en casa, peli
y sofá. Pedimos comida china, pusimos “Mar de Plástico” y nos acomodamos en el
sofá para ver “Los Chicos del Coro” hasta que Elena se vistió y se fue. Si bien
en otras visitas era yo la que tenía compromisos sociales, esta vez fue Elena. Así
que ella se fue a las 5 y allí me quedé, sola en casa. Agobiadísima, no sé si
me entendéis. Hasta que a las 6 llegó Edgar para preparar la sorpresa para el
cumple de Javi (el otro compañero de piso) y Joan. Al rato llamó Paula, que no
llegaba a casa y que nos veíamos en el autobús. Joan y yo fuimos a su encuentro
y antes de subir al autobús vimos a Jordi Evole. De lejos, pero cuenta. Nos fuimos
los tres al teatro a ver “Aneboda” una obra fascinante que transcurre en lo que
tardan tres amigos en montar un armario de Ikea. Con sus reflexiones, sus
chorradas y demás. Vamos, que nosotras tuvimos un deja vu de impresión. Y nos reímos,
sobretodo nos reímos. Después nos fuimos los tres a cenar a “La rosa negra” que
es la hermana melliza de “la rosa del rabal” donde fuimos el año pasado a
acabar con las existencias de mojito. Y vuelta para casa, es lo que tiene que
los demás trabajen.
El jueves nos
despertamos pronto (no es que nos levantásemos tarde, pero los trabajadores nos
despertaban sin querer) para ser vacaciones y una vez despedimos a los
trabajadores, pusimos en marcha la máquina de pensar ¿Qué hacemos hoy? Así que
nos fuimos a desayunar un bocadillo de jamón con tomate y un café, el desayuno
de los campeones y pusimos rumbo a las ramblas. Andandito eh, nada de metro ni
chorradas, que hay que hacer piernas. Que la operación bikini empieza ya. Total,
llegamos a la Rambla, compramos un zumo en el mercado de la boqueria, compramos
una planta para Paula, Elena arrasó Mac y volvimos a casa con la intención de
comprar un pez para Paula. Porque Joan y Javi tienen uno cada uno y a la niña
le daban envidia. Pero el señor de la tienda nos riñó porque decía que en la
pecera que queríamos meterlo no podía ser. Y la pecera era de su tienda. De todas
formas, alguien que tiene peces muertos en la tienda no da confianza. Así que
nos fuimos de vuelta a casa, compramos algo de comer en mercadona y nos echamos
la siesta del siglo. Hasta las 4 que llegó Javi y vio la sorpresa que había dejado
Edgar, y a nosotras. Elena se fue a atender sus obligaciones y yo me quedé
haciendo un brownie de chocolate y canela en lo que Joan y Paula volvían a
casa. Acabé justo a tiempo para vestirme e irme al punto de encuentro con Joan
y después reunirnos con Paula. Fuimos a un sitio así muy moderno, moderno en el
sentido hípster de la palabra, no en el sentido de los supersónicos (si sois
más jóvenes que yo igual no entendéis esta referencia a los dibujos animados).
Paula y Joan se pidieron cada uno un té, pero el té y yo… el té se toma cuando
estas malito, cuando te duele la tripa o cuando te dicen que ayuda a adelgazar.
Pero así por ir a tomar algo… así que me pedí un café, me daba igual que fuesen
las 7 de la tarde.
Volvimos a casa a
tiempo para degustar el brownie y preparar la cena y pasar una noche de esas de
peli y casa. Porque somos así de marchosos. O nos reservábamos para el viernes.
El viernes. ¡Ay el viernes! ¿Qué puedo contaros del viernes? Pues todo, claro
que sí. El viernes, Elena y yo nos fuimos de casa sin desayunar, cogimos el autobús,
viajamos 13 paradas y bajamos. Entramos en una cafetería y desayunamos antes de
entrar al outlet de El Corte Inglés. Y diréis: ir a Barcelona para eso… Pues
sí. Y nos llevamos unos botines que son… una delicia. Que costaban 120€ y los tenían
a 15€. No comprarlos hubiese sido un pecado. Una vez acabada la batida por el
Corte Inglés nos fuimos rumbo a la parada de autobús para volver a casa. Pero cual
fue nuestra sorpresa cuando encontramos una maravillosa tienda de peces. Ahí sí.
Y adquirimos a un pez amarillo que posteriormente seria bautizado como Malena. Y
viajamos con él 13 paradas de autobús. Y en lo que llegaba la comida india lo
aclimatamos a su nuevo hábitat y lo vimos saludar a sus compañeros. Y por fin
llegó la comida india. Finalmente llegaron los amos de la casa, procedieron a
ducharse y nos maqueamos todos para ir a cenar.
Elegir un sitio
donde cenar no es fácil, y menos cuando los que los conocen no se ponen muy de
acuerdo y cuando por fin lo consiguen, está el sitio lleno. Pero acabamos en un
sitio así con luz tenue, como muy íntimo, decoración en francés que te
entretienes traduciendo mientras esperas a la comida (está bien pensado) y
hamburguesas enormes. Y cerveza. Y chupitos. Y aire acondicionado, gracias a su
inventor. Al salir de aquí nos fuimos a un local a tomar algo (y con algo
quiero decir alcohol tanto en forma de cerveza, coctel o chupito) donde parecían
haberse refugiado la mitad de los adolescentes de Barcelona. Os lo prometo que
aquel grupito no tenía 18 años, lo sabré yo. De aquí nos fuimos a El Dorado
(tanto buscar El Dorado los descubridores de América y está en la plaza del Sol
de Barcelona). El Dorado, un sitio fascinante. Y con fascinante quiero decir
que me encantó. Porque ya sabéis que me gusta la música de pachangueo, de hacer
el tonto. ¡Pues es tal que así! Y pillamos al camarero generoso, tan generoso
que aquello sabía más a alcohol que a fanta. Al final entre generosidades y no
generosidades llegamos a casa a las 3 y pico.
El ascensor de la
finca no es especialmente grande pero pone que caben 4 personas, aunque el
portero se empeñe en que sólo suban tres. Y total, por una persona más de lo
que pone el cartel, ¿qué podría pasar? Pues podría pasar lo que pasó, que
cuando habíamos casi llegado a nuestro destino, el ascensor se paró y bajó
hasta quedarse entre el sótano y la planta baja. Que no cunda el pánico, solo
estamos en un ascensor pequeño donde hace mucho calor. ¿Sabéis que pasa cuando
estas en un ascensor así? Que si la guardia civil te hace soplar al salir das
0,0 del susto. Aunque en realidad estuvimos contando chistes y jugando una vez
avisado el técnico. Que menos mal que unas vecinas se iban al aeropuerto a
aquellas horas, porque no sé quién le abriría la puerta del edificio al
técnico. Así que allí estuvimos nuestros mínimo 20 minutos que tardó el técnico
en llegar. Pero no os lo perdáis que luego Elena, Paula y yo subimos andando,
pero Javi y Joan subieron por el ascensor. Con un par. Creo que mejor nos vamos
a dormir que ya hemos cumplido con el viernes, menuda noche más completa.
El sábado por la
mañana nos levantamos con menos energía que Elena que se levantó la primera
para preparar su maleta y bajó a la panadería a por delicias matutinas para los
demás. Menos Javi que estaba trabajando, alguien tiene que levantar el país.
Total, que estuvimos muy tirados toda la mañana del sábado. Elena se fue y
seguimos allí muy mustios. Bajamos a mercadona y a buscar fundas de cojines
mientas Joan hacia unos macarrones al horno que casi estaban tan buenos como
los de mi madre y mi abuela. Casi. Comimos y vimos/dormimos una película y
media de las que echa Antena 3 los sábados por la tarde. Hasta que Joan dijo:
¿echamos un Catan? Y con la tontería echamos toda la tarde hasta la hora de
cenar. Que como Javi y Joan no quisieron acompañarnos, Paula y yo nos fuimos
mano a mano a cenar y a tomar algo. A una bodeguilla muy mona y muy riquísima y
a un bar con mayoría de hombres y un futbolín. Y volvimos a casa a la 1 y no se
nos ocurre otra cosa que ponernos a jugar al Catan con Javi y Joan hasta las 4.
Porque es sábado y tal.
El domingo nos
levantamos tarde y desayunamos aun más tarde. Parecía que no haríamos nada
hasta que Paula dijo: vamos a sacar a Maria (sí, cual perrillo) y nos fuimos
los cuatro al museo de historia de Cataluña. Desde los iberos hasta los
cristianos pasando por todas las fases y fábricas de garum y preguntas de Javi.
Preguntas que por más que quisiera, no sabía contestar. Una carrera y un máster
para esto. El caso es que cuando salimos era ya la hora de comer y nos fuimos a
comer a un sitio muy inglés. Tan inglés que Javi y Joan se metieron entre pecho
y espalda un desayuno inglés y Paula y yo unos huevos Benedict. ¿Los habéis probado?
Yo nunca. Pero están muy buenos, palabrita.
Después de comer
nos fuimos a acompañar a Joan al laboratorio a que hiciese algo que no
entiendo, después de despedirnos de Javi que se iba a su laboratorio. ¿Os he
dicho que era domingo? Para que luego digan que nuestros cerebritos no
trabajan. Después volamos a casa, recogí la maleta y puse rumbo a la estación con
Paula. Llegué veinte minutos antes de abrir la puerta de embarque, justo para
comprarme algo de cenar, porque llegaría a Valencia a las 23h. Me despedí de
Paula que se iba a su laboratorio (ejem, ¿veis?) y me subí al tren. Tres horas después
llegué a Valencia, después de hacer el autodefinido de la Cuore y ver tres
capítulos de Las Reglas del Juego; además de charlar un rato (como no) con mi
acompañante que se vio nada más y nada menos que dos películas. Además mandé a
mi madre a esperarme a la estación que no era. Porque así soy yo.
Y eso es todo
queridos amigos. Nada más que contar, porque no creo que os interesen mucho las
oposiciones, ni mi curro de canguro, ni el de profe de inglés, ni nada de mi
vida seria, ¿verdad? La vida seria aburre porque todos tenemos una. Más vale
que siga buscando cosas que contaros.
¡Sed felices!