Improvisadores, vengo a contaros unos
fantásticos 4 días. Por dar un poco de envidia. Que sé que muchos estáis ya con
las clases y trabajos y demás. Pero tranquilos que yo empiezo la universidad el
lunes.
Como últimas vacaciones (y porque tenía que
solucionar cosas de la matrícula de la UB) decidí irme con Elena a Barcelona
porque ella se iba a echar currículums. Y ¿qué mejor sitio para quedarse que en
casa de Paula? Pues eso. Así que el viernes a las 7:40 estábamos ya sentadas en
nuestros butacones del Euromed. Porque eso no son asientos de tren, son
butacones reclinables. Aunque nos faltó una película. A las 10:30 llegamos a
Barcelona después de un viaje acompañadas por un niño en el vagón, dos hombres
que a las 10 de la mañana iban pasándose la petaca, un hombre que se pasó todo
el viaje enviando emails y un chico que se reía él sólo viendo “Dos hombres y
medio” en la Tablet.
En la estación nos recogió Paula (aunque le
faltó el cartelito con nuestros nombres) y nos llevó hasta el ascensor del
metro que está a hacer puñetas para estar en una estación de tren donde la
gente suele ir con maletas. ¿Por qué llevaba una maleta grande? Porque la mitad
de esa maleta estaba ocupada por cosas de Paula. Por no hablar de la bolsa frigorífica
llena de botes de caldo. Os lo juro. Llegamos a casa de Paula que está a un tiro
de piedra de la estación de metro y dejamos todos los trastos. Después de un
pequeño tour por el piso nos dio las llaves y Elena y yo pusimos rumbo a la
universidad.
Supongo que en general, todos habréis notado
que tengo mala suerte en lo que a burocracia y papeleo se refiere. Así que
imaginaos mi cara cuando a las 12:15 llego a la cola de secretaría y había 8
personas por delante de mí. No íbamos a acabar nunca y teníamos currículums que
repartir. Y entonces pregunta la de secretaria: “¿sois todos para doctorado?” y
le contesto desde la cola: “¡No!”. Y entonces me convertí en la primera en la
cola para masters y en 5 minutos había acabado con el papeleo. Buena señal de
que iba a ser un gran día. Y un gran fin de semana.
Al acabar con la universidad tocaban los
curriculums. No voy a aburriros con lo que fueron viajes en metro, hospitales y
curriculums varios. Pero sí voy a deciros que nos quedamos paradas dos veces en
la línea 5 por problemas en una parada en la otra punta de la línea. Y que la
de información del hospital Vall d’Hebron es la persona que peor se explica de
la historia de los puestos de información.
Muertas de patear y con un bonometro acabado,
nos fuimos a comprar, porque somos humanas y tenemos que comer. Fuimos a un
supermercado a comprar con la idea de no gastarnos mucho, pero una señora se
llevó la última barra de pan. Y entonces decidimos ir a una panadería y de paso
comprar algo de dulce, por lo de que no acogen en su casa y eso. Pero la cara
que se le quedó a Elena cuando le dijeron el precio… no os lo digo que me da vergüenza
admitir que nos estafaron. Pero me entró un ataque de risa y me fui riendo lo
menos los 2 minutos hasta que llegamos a casa, pero además las calles de Gracia
son estrechas y retumba mucho, así que se debió enterar todo el barrio de que
me estaba partiendo de risa. Cuando caí en la cuenta de que Elena y yo íbamos a
medias en los gastos no me hizo tanta gracia.
Comimos las tres juntas en casa como personas
civilizadas en un salón sin muebles y al acabar estábamos bastante derrotadas. Además,
la noche del jueves al viernes habíamos dormido muy poco. Yo personalmente, 4
horas. Total, que después de comer me senté en el sofá y pensé “5 minutos”. Y estaba
hablando con Paula y Elena que estaban luchando con los restos de pintura de
las ventanas y cuando me quise dar cuenta me estaba despertando como una hora después.
¿Pero qué? Y lo peor es que me desperté más atontada de lo que estaba antes de
dormirme. (Sí, es posible estar más atontada).
Habían dejado el piso impoluto y entonces
llegó el casero con la lavadora nueva y los que venían a instalarla. Que no
llevaban los zapatos precisamente limpios. Y colocan la lavadora en su sitio y
se largan. Y a fregar otra vez el suelo. Y Paula decide poner una lavadora para
ver cómo va y tal. Y mientras estábamos en el salón empieza a sonar un ruido
rarísimo y era la lavadora que estaba bailando claqué. No sabéis como se movía
esa lavadora. Y no visteis a Paula y Javi (el compañero de Paula, que se me ha
olvidado cuándo llegó) sujetando la lavadora con todas sus fuerzas y no había
manera. Total que apagan la lavadora y sacan la ropa, obviamente, sin aclarar. “Pues
aclaradla en la ducha”. Pues no, listillos. Acababan de poner silicona en la
ducha y no podía usarse en 24 horas. Así que aclaramos como buenamente pudimos
las sábanas en la pila de la cocina y las tendimos en el patio. Pero claro, eso
chorreaba por todas partes y cuando nos dimos cuenta nosotros mismos habíamos ensuciado
otra vez el suelo al entrar del patio. Bien por nosotros.
Decidimos que era el momento de hacer la
lista de la compra, la de comer y la de muebles. Y nos fuimos los 4 a Mercadona
de excursión. Y nunca mejor dicho porque está a 20 minutos caminando y llevábamos
bolsas de la compra hasta en la mochila. Después de comprar la cena nos fuimos
a casa y pusimos la mesa y después llegaron Javi (que se había ido porque es
una persona con otros compromisos, no como Paula que tiene que aguantarnos) y
Joan (otro amigo de Paula. Joan – lectores, lectores – Joan). Después de cenar
decidimos poner rumbo a… bueno, a donde nos llevasen. Y nos fuimos a la Rambla.
Y allí cada dos pasos hay alguien poniéndote el cuño de una discoteca para que
entres gratis hasta la una (o las dos depende de la discriminación positiva de
la discoteca).
Entramos a la primera (Boulevard) pero estaba
muy vacía, así que nos tomamos el chupito de manzana que nos regalaban y
decidimos salir a ver si había otro sitio con más animación. Y acumulamos dos
cuños más. En uno de los sitios entramos y era talmente como si la familia Adams
hubiese decorado el local, así que entramos a que Joan comprase tabaco y
salimos. Y al tercer sitio no entramos porque abrían a la 1. ¿Pero qué?
El caso es que al final decidimos volver a
Boulevard, pero era la 1 menos cuarto y había mucha cola. Decidimos intentarlo.
Llegamos a la puerta y Elena pasa sin problemas pero cuando va a entrar Paula,
el portero le dice que no puede pasar y le dice al compañero que no nos cuente
que ya hemos entrado antes con el cuño y que ahora hay que pagar. Y entonces
Paula les dice que no va a pagar y cuando estamos saliendo por la puerta le
dice a la cajera que nos deje pasar. Evidentemente porque íbamos a ser lo
mejorcito que entrase esa noche en la discoteca. Y no va de broma.
Entramos y la sala estaba llena, pero de especímenes
difíciles de clasificar. Desde los chavales que debían estar celebrando que se habían
colado en la discoteca sin tener 18 hasta personas que podrían ser
perfectamente los padres de estos chavales. Además de los grupitos de personas
que te roban el espacio personal y bailan sin darse cuenta de que tu espacio
vital en ese momento es sagrado. Y puedo decir orgullosa que gané la batalla
por el sitio y se marcharon. Y luego a las 2 menos cuarto nos marchamos
nosotros hartos de señores que podrían ser padres y de chavales. Y que el metro
cerraba a las 2.
El sábado nos levantamos a las 10 y nos dio
tiempo a ducharnos a los 4, porque somos así de veloces. Y a las 11 salíamos
por la puerta de casa de camino a ikea. Supongo que la mayoría habréis ido ya,
pero yo no había ido nunca. Y tienen cosas muy chulas, pero también hay mucha
gente. Y debe ser el centro de operaciones de todas las embarazadas o en
Barcelona hay un baby boom. El caso es que llegamos allí y Javi y Paula se
fueron por su cuenta y riesgo mientras Elena y yo (que no íbamos a comprar
nada) nos dimos una vuelta tranquilamente por toda la tienda. Nos encontramos
con Javi y Paula en las cajas y después de que Javi se fuese (compromisos, os
lo he dicho), nosotras nos fuimos a comer. No sabéis la cantidad de gente que había
en el restaurante. No sé si tiene aforo máximo, pero estaban a un bebé de
sobrepasar el límite. Después de comer dimos la segunda vuelta a la tienda,
esta vez para elegir las cosas de Paula. No sabéis que lio nos montamos en la sección
de trastos (¿o era complementos?) Para buscar una estantería de tela del color
que queríamos con un cajón que nos gustase. Total para al final dejar el cajón.
Pero creo que hicimos buena compra. Y con hicimos me refiero a Paula que es la
que se gastó los cuartos.
Después de ikea nos fuimos a casa y cuando
llegamos allí estaba el obrero/manitas/chapuzas como queráis llamarlo
arreglando el desastre de la lavadora. Y resulta que no habían quitado los
tornillos que sujetan el tambor en el transporte, pero que son tornillos que
bien podrían ser igual de grandes que un lápiz. Un lápiz un poco usado. El caso
es que ya que el muchacho estaba allí, Paula aprovechó para que le colgase las lámparas.
Que digo yo, que entre que se suba él a la escalera y las ponga y nos subamos
nosotras que no tenemos ni puñetera idea… la decisión era obvia. Y nos hicimos
un lio porque se supone que Joan iba a casa de Paula y Javi a recibir los
muebles de ikea, pero Joan no venía. Así que al final nos quedamos en casa
hasta que llegaron los muebles. Bueno, unos señores trajeron los muebles. Y después
vino Joan a por su silla. Creo que al final la cosa era que Javi avisaría a
Joan cuando lo avisasen de ikea, pero como nosotras estamos un poco atontadas
pues nos quedamos en casa esperando a los de ikea.
Una vez solucionado el tema muebles,
decidimos ir a dar una vuelta por el barrio. Vuelta que acabó en una zapatería
donde Elena se compró unas botas a las que les había echado el ojo. Y tiene
buen ojo para estas cosas, no os creáis. Así que volvimos a casa a dejar el botín
y volvimos a emprender el paseo. Y resulta que no sé porque había como un
mercado o algo así en el barrio. Y cuando íbamos en busca de una plaza para
tomar algo, nos llamó Joan diciendo que si íbamos hacia el hospital. No os preocupéis,
está todo bien, es que detrás del hospital hay un mercado (de cuyo nombre no
puedo acordarme) donde hacían el festival de la tapa. Así que pusimos rumbo al
metro donde nos encontramos con Joan.
Llegamos al mercado y había grupos de música y
mucha gente, así que sacamos nuestras carteras y nos compramos los tickets
correspondientes. Al acabar la primera ronda de tapas llegó Javi y volvimos a
sacar las carteras y otras dos rondas de tapas con su correspondiente bebida. Estábamos
con la última ronda de tapas cuando de repente una de las patas de la mesa
decidió plegarse sobre sí misma y tirar todo al suelo. Incluido el móvil de
Elena y los tickets. Y nos entró el ataque de risa a nosotros y a los abuelos
que estaban sentados en el banco al lado nuestro. Después de cenar de pie, fue
la hora de que los abuelitos se retirasen y fuimos conquistando el banco, así
que por lo menos el postre pudimos comerlo sentados como personas normales.
Aunque dejamos de ser personas normales
cuando acabamos el postre y decidimos intentar tocar palmas al ritmo de la música.
Qué descoordinación. Nos fuimos hacia el grupo de música cuando quedaban pocas
canciones para acabar, una lástima. Entramos al mercado a por unos mojitos (y
al baño, shh) pero fracasamos en la misión. ¿Pues no va el hombre y nos dice
que él no sabe hacerlos? Bueno, disculpe señor, pero estoy segura de que la
chica que está haciendo mojitos detrás de usted es capaz de hacer mojitos. Que no,
que está cerrado. Pues menos dinero para ti, ea.
Así que compuestos y sin mojito pusimos rumbo
al metro para ir a la Rambla y a un bar llamado
“La rosa del rabal”. Queríamos mojitos y mojitos íbamos a tener. Debimos
estar allí como una hora o más hasta que después de dos rondas de mojitos nos
echaron a las 2 porque cerraban. ¿Sabéis que pasa? Que es difícil calcular el
tiempo cuando te lo estás pasando bien (y no llevas reloj). El caso es que estando
allí nos mandó un whatsapp Ángel (el amigo de Reix, ¿os suena? Os tiene que
sonar) que también está en Barcelona y como el mundo es un pañuelo, estuvo en
clase con Paula, Javi y Joan. Así que lo esperamos a él y a sus amigos en la
puerta para ir a otro sitio. No tenemos mucho criterio así que nos fuimos al
primer sitio al que nos dijeron que nos invitaban a algo. Somos muy fáciles de
contentar. Estuvimos allí un rato más después de que Ángel y sus amigos se
fuesen a otro sitio. Después de que Paula rechazase muy poco correctamente a un
inglés un tanto sobón decidieron cambiar de sitio. Pero digo yo, ¿no podían acabar
a que acabase la canción de Ed Sheeran? Pusimos rumbo a la discoteca (de cuyo
nombre ni me enteré ni lo pregunté) y allí estuvimos…. Pues otro rato, ¿qué más
da cuanto rato? Podría decirse que aquí la cosa se dispersó y se desmadró un
poco. Pero mantendremos el secreto de sumario porque quiero mantener la poca
dignidad que pueda quedarnos. Solo diré que me encantan los baños mixtos porque
por una vez todos hacemos cola igual. Aunque ese hombre quiso colarse. Pues no
señor, ya se lo dije “Haces cola como todas”. Bienvenidos a las inmensas colas
en las discotecas.
No sé quién decidió que era el momento de
irnos, pero salimos de la discoteca y nos fuimos caminando a casa. Al llegar,
hicimos una pizza (que tiene mucho mérito si tenemos en cuenta que el horno es
de gas y nadie se chamuscó las cejas) y nos pusimos a ver videos en YouTube.
Paula se fue a la cama a las 6:30, al poco, Elena se quedó frita en el colchón
hinchable y creo que antes de las 7, apagamos la tele y nos fuimos a dormir.
El domingo nos despertamos a las 12, lógicamente.
Elena y yo dormíamos en el comedor y ni con toda la luz del mundo nos
despertamos. Elena porque llevaba antifaz y yo, pues porque nos habíamos acostado
a las 7 supongo. Y entonces aparece a las 12 Javi con una voz de hombre de las cavernas
saludando, imaginaos el panorama. Y aun así nos levantamos los 4 y montamos los
muebles de ikea. Y con montamos me refiero a que comimos galletas príncipe mientras
Javi montaba la mesita auxiliar y el mueble de la tele. Aunque ahí ya nos tocó
ayudar un poco, pero no mucho. Y otra vez en tiempo record nos duchamos y nos
preparamos porque habíamos quedado con Ángel (no el amigo de Reix, el amigo de
Elena). Qué originales fueron los padres de nuestra generación con los nombres.
El caso es que nos fuimos con el coche en busca de un parque que no llegamos a
encontrar y acabamos comiendo en un bar de estos que lleva una pareja de chinos
y que tiene pinta de tener parroquianos habituales. Lo mejor del bar fue el
cartel que decía: Sólo se fía a mayores de 90 años acompañados de sus padres. Qué
cachondos. Después de comer Ángel nos llevó a un centro comercial donde nos
tomamos un café/helado y retomamos nuestro camino hacia una montaña que no sé cómo
se llama pero desde la que se ve toda Barcelona. Hay fotos muy chulas por ahí (“por
ahí” en el sentido de redes sociales, no por ahí de en el viento). Después de
recoger un ramo de flores silvestres para casa, Ángel nos llevó de vuelta al
piso donde aún quedaban por montar muebles. Así que acabamos el domingo como lo
empezamos, montando muebles. Cerca de la hora de la cena nos dimos cuenta de
que al habernos comido la pizza, quizá no habría suficiente cena. Y Paula y
Elena necesitaban no sé qué para una manualidad. Así que bajamos medio en
pijama a una tienda a comprar algo de cenar (imaginaos el precio un domingo a
las 8 de la tarde) y a por palomitas. Después de cenar y de casi sacarme la
piel a tiras con la bandeja ardiente del horno, hicimos palomitas y nos
sentamos a ver una de las películas menos graciosas que he visto últimamente:
Sex Tape. No sé por qué esperaba más. Después de la película Javi se fue a
dormir porque el lunes trabaja como las personas normales y nosotras nos
quedamos hablando un rato hasta que a Paula le entró el sueño y decidió irse de
nuestra habitación/su salón.
El lunes por la mañana escuchamos irse a
Javi, pero fue tan silencioso que habría que ponerle un cascabel. No como Paula
que parecía un elefante en una tienda de tazas de porcelana. A las 10 nos
levantamos Elena y yo y después de desayunar nos fuimos a buscar una copistería.
Y nos perdimos. Pero fue el destino, porque de vuelta de la copistería vimos
pasar un camión con palés. ¿Y qué? Os pongo en antecedentes. Javi y Paula querían
un palé para ponerle unas ruedas y hacer una mesita de café (esas entre la tele
y el sofá) y llevaban buscando uno desde antes de que se inventasen los palés.
Bueno, al ver el camión pensamos que era de una obra y que no nos iban a dar
palés, pero de repente se paró delante de un contenedor y le digo a Elena: ¡es
de recogida de muebles! Y tras un microsegundo en el que nos miramos, salimos
corriendo hacia el camión gritando para que no se subiesen al camión. Elena le
pregunta que si puede recoger un palé y el hombre le dice que no, que el
horario de recogida es de tal a tal y Elena le dice: no, si lo que quiero es llevármelo
a casa. No quiero saber qué pensó el hombre, pero el caso es que nos dio el
palé. Tampoco sabíamos lo que pesaba un palé, pero se nos hizo muy larga la
vuelta a casa. Dejamos el palé en el salón y volvemos a irnos de tiendas:
mañana de manualidades. Volvemos a casa y nos ponemos manos a la obra. No
quiero daros envidia, pero Paula tiene una mesilla de noche que os morís. Y les
pusimos las fotos del domingo de recuerdo. En realidad, nos metimos un poco en
su vida y les añadimos cosas a la casa, como si fuese nuestra. Son las típicas cosas
que guardaran en el fondo del armario y las sacaran cuando vayamos a ir, como
si fuésemos su suegra.
Cuando llegó Paula, no la dejamos entrar y la
guiamos con los ojos cerrados para ver todas las cosas que le habíamos hecho a
su casa. Pero el mayor triunfo fue sin duda el palé. Antes de ponernos a hacer
la comida acompañamos a Paula a correos, ¿vosotros sabéis la cantidad de gente
que hay en correos a la una y media? Y cuando llevábamos un rato se me ocurre
decirle a Paula que pregunte porque igual como su carta es sin sello no tiene
que hacer cola. Efectivamente. No me lo tengáis en cuenta, a veces me cuesta
tener grandes ideas. Comimos y después de acabar de hacer las maletas nos
sentamos a ver la tele un poco y pusimos rumbo a la estación.
Subimos al tren a las 17:30 y nos tocó otro
bebé en el vagón. Qué ilusión (nótese la ironía). Nos sentamos y colocamos las
butacas en la posición que queríamos como quien se sienta en el sofá de su
casa. Al poco el tren se pone en marcha y nosotras empezamos el viaje con una
revista cada una. Cuando yo me acabo mi revista, Elena estaba durmiendo. No sabéis
lo que me costó arrancarle su revista de las manos. Es como las madres que no
te dan el mando de la tele aunque estén durmiendo. Pero conseguí la revista. Y después
de una hora de siesta Elena se despertó. Lo malo de pasar 4 días juntas es que
no tienes nada que contar y se nos habían acabado las revistas y aún faltaba
media hora hasta llegar a Valencia.
Pero sobrevivimos al viaje y llegamos a casa
sanas y salvas y con un viaje de vuelta
a Barcelona pendiente. Para ver el palé, no a Paula.
Espero haberos dado un poquito de envidia (de
la buena) y sino, pues contadme qué habéis hecho que haya sido mejor. Pues eso,
lo que yo decía…
¡Sed felices!